martes, 30 de marzo de 2010

Anécdotas antiguas de Semana Santa


Lo que voy a intentar relataros ahora puede parecer algo extraño, pero son acontecimietos que se produjeron de verdad en el pasado. Mirad, vuestro bisabuelo Paco era al principio de la cofradía de los "Coloraos", pero vuestra bisabuela Juana era de siempre de los "Negros", y ocurrió que el bisabuelo se hizo "Negro", pienso que por el inmenso cariño que le tenía a su mujer. Existía una gran rivalidad entre ambas cofradías; en aquellos tiempos para ellos era muy importante acabar la procesión con esplendor al pasar por la plaza del ayuntamiento, casi al final del recorrido, ya que era donde se concentraba más gente, pero como en esa época los pasos no llevaban faroles sino velas, si se retrasaba la hora de la recogida podía suceder que se agotaran las velas y llegara el paso a la plaza sin ninguna iluminación. Como siempre, en la procesión del viernes santo iban los "Coloraos" al principio y los "Negros" al final; procesionaban muy despacio, incluso dejaban el paso de los "Coloraos" (el Cristo de la Misericordia) en el suelo para perder tiempo, y que sus rivales los "Negros" fracasasen y se les agotaran las velas. Un año, vuestro bisabuelo y dos amigos más, hartos de ir siempre los últimos, pensaron sacar una Alegoría en la procesión del miércoles santo, para ir en primer lugar y tomarse la revancha con los "Coloraos". De tal forma lo hicieron, que no había manera de avanzar en la procesión, y entonces el alcalde que iba al final de la comitiva, les mandó a los municipales para comunicarles que los iban a meter en la cárcel si no andaban. El bisabuelo, que no os lo había dicho, era el presidente de los "Negros", junto con su cofradía se salieron de la procesión y se presentaron a la puerta de la cárcel con la banda de música. Como es lógico aquello quedó en nada, pero es cierto que la rivalidad la llevaban hasta estos extremos, pero era esa rivalidad la que conseguía que al año siguiente salieran con más ganas, después de estar todo un año esperando repetir la historia.

Mis recuerdos de infancia en Semana Santa, son de vivir esos días en el seno familiar, con verdadera devoción y austeridad hasta llegar al Domingo de Pascua, que nos llenaba de alegría por conmemorar la Resurrección. En el Domingo de Ramos, mi madre siempre nos decía: "en el Domingo de Ramos quien no estrena, o no tiene pies o no tiene manos". Con alguna cosilla nos sorprendía para que la estrenásemos. El Jueves Santo, íbamos toda la familia a visitar las distintas Iglesias para rezar una estación, (consiste en rezar cinco padre nuestros y el sexto por las intenciones del Papa), porque es cuando se conmemora la Institución de la Eucaristía, y permanece ese día expuesto el Santísimo en el Sagrario. El Viernes Santo era completamente de recogimiento, mi madre nos decía que no podíamos cantar porque estaba el Señor muerto. Así que esperábamos al Sábado, entonces llamado de Gloria, con verdadera impaciencia. En este día, sobre las diez de la mañana, repicaban las campanas, y en la puerta de la Iglesia del Salvador se cantaba el Aleluya; los mayores desde los balcones tiraban monedas de muy poco valor ("perras chicas" que eran monedas de cinco céntimos de peseta), caramelos y bolsas de carbón picado, y todos los críos se abalanzaban para poder recoger algo a la vez que se untaban de tizne. Era una forma muy simple de celebrar un gran acontecimiento.

El Sábado de Gloria en mi casa se pasaban todo el día haciendo "hornazos", porque se los regalaban a las Hermanitas de los Ancianos Desamparados para que las repartieran entre todos los ancianos que tenían acogidos, y para las monjas Carmelitas, y por supuesto para toda la familia, que por cierto era bien numerosa, y para algunas amistades que tenía la bisabuela. Imaginad el gran trabajo que esto llevaba, ya que entonces todo era artesanal sin ninguna máquina con la que auxiliarse, por la cantidad que se hacía y por la incomodidad que suponía llevarlos a cocer al "horno de la Pepita", que estaba muy lejos y era uno de los pocos que había en el pueblo, al que acudía mucha gente con sus "tarteras" o "llandas" a cocer todo lo que se hacía de masa, pues tampoco había como hoy hornos en todas las casas. Esta incomodidad del traslado en llandas de hojalata, vuestro bisabuelo lo evitó haciendo un horno de leña en la casa que nos aliviaba la faena, pero todo lo demás seguía haciéndose de la misma manera y con el mismo esfuerzo.

Y para concluir la Semana Santa, el domingo nos íbamos de merienda al monte, unas veces todo el día y otras sólo por la tarde para comernos los hornazos, y una de las bromas que se gastaban era esclafar el huevo duro en la frente de alguno que estuviese despistado.

Este pasado Domingo tuvimos el abuelo y yo un rato de gozo de algo tan sencillo como lo que os he comentado anteriormente. Cuando estábamos todos juntos os vestí de nazarenos, os puse caramelos en "el buche" e hicimos nuestra procesión particular; solamente de ver las caras de alegría y lo en serio que lo tomabais y la ilusión que os hacía, la verdad es que se nos caía "la baba", y para nada nos importa reconocerlo, fue un ratillo de los más felices del día. Muchas veces las cosas mas sencillas son las que nos llevan a sentirnos mejor. Gracias cariños mios por poder disfrutaros del modo que lo hacemos.

domingo, 21 de marzo de 2010

Lobito, Macero, Bombita, Lucero



Os parecerá extraño el titulo que le he puesto a esta nueva entrada, pero es que hoy los protagonistas van a ser ellos, los caballos, cuyos nombres son los que aparecen en la denominación de este relato, ya que se merecen tener una mención especial en los recuerdos de vuestra abuela.

Mi abuelo Pepe, es decir, el padre de mi madre y por lo tanto vuestro tatarabuelo, tenía caballos, porque su profesión era llevar el correo a distintos sitios de la comarca y fuera de ella. Os estoy hablando ,igual que en la anterior historia, de final del siglo diecinueve y de principios del veinte. Para realizar esta misión, dependiendo de donde tenía que ir, una veces lo hacía en coche de caballos y otras de jinete sobre alguno de ellos. Puede pareceros extraño, pero era el más moderno y rápido medio de transporte. Ese trabajo lo hacía tanto mi abuelo, como sus hijos. Uno se llamaba Pepe, el otro Ginés, y además tenía una tercera hija que era mi madre, es decir, vuestra bisabuela que se llamaba Juana.

Cuando yo era pequeña, también me encantaban las historias que me contaba mi madre, porque no tuve la suerte de conocer a ninguno de mis abuelos. Cuando nos hablaba de caballos se le iluminaba la cara, lo hacia con entusiasmo, te narraba los hechos tan estupendamente que parecía que lo estabas viendo. De los muchos caballos que llegaron a tener, los que he puesto en el titulo, son los que protagonizaban las historias más increíbles que yo recuerdo. Comentaban mi madre y mis tíos, que eran unos caballos tan inteligentes, que solamente les faltaba hablar. Cualquier orden que recibían la entendían a la primera. Eran animales dóciles, buenos, cariñosos, nobles, fieles, valientes y así podría seguir calificándolo con adjetivos siempre estupendos.

En una ocasión, en pleno invierno, cuando iba mi abuelo a caballo a una población a unos cincuenta kilómetros de aquí, lo hacía a diario para llevar el correo, le empezó a nevar en el trayecto, de tal manera, que se le perdió totalmente por donde tenía que seguir la ruta. Siempre a mitad de camino aproximadamente, paraba en una Posada para descansar, tanto el caballo como él y reponer fuerzas, tomando además alimento. Hacía tanto frió, y además sin tener ningún punto de referencia, es decir, todo a su alrededor completamente blanco, que perdió el conocimiento y se recostó en su caballo. Entonces ante esta situación tan tremenda, Lucero siguió caminando, consiguió llegar hasta la Posada, con sus patas tocó a la puerta y el posadero se encontró con el espectáculo de ver a vuestro tatarabuelo desvanecido y medio helado y al pobre caballo extenuado. Inmediatamente los cogieron y los llevaron a la cuadra ( lugar donde era la estancia de los animales ) allí había estiercol y en el lo envolvieron para que entrara en calor poco a poco, y después cambiarlo de ropa y acercarlo al fuego que en la chimenea ardía. Pensad que en aquel tiempo era el medio único que tenían para poder calentarse.

Como consecuencia aquel caballo se convirtió en el gran héroe, y toda la familia lo miraron siempre con el agradecimiento que se merecía, pues realmente le salvó la vida. Lucero parecía dar a entender que sabía la gran hazaña que había realizado.

Lobito, Macero, Bombita, eran también muy nombrados por sus cualidades extraordinarias, que les hacían ser muy queridos. Contaban que jamas les fallaron y eran especialmente nobles y cariñosos. Es también cierto que los cuidaban con verdadero esmero tanto en su limpieza, como en la manera de tratarlos. Tened en cuenta que el trabajo que tenían que realizar era muy duro por las distancias y también por la climatología que tenían que soportar, no solamente en invierno sino también en verano. Pero sus cuidadores, es decir, vuestro tatarabuelo y sus hijos sabían perfectamente como premiar su esfuerzo diario. Les gustaba que los acariciasen, sentirse tratados con cariño e incluso les daban premios en su alimentación. Por eso os he comentado que a veces solamente parecía que les faltaba hablar. También los animales se merecen ser bien tratados. Otro día os relataré alguna cosa más que me venga a la memoria.

martes, 9 de marzo de 2010

A mi nieto mayor en su cumpleaños


El pasado día seis fue el cumpleaños de mi Ignacio, el primogénito de los nietos. Ese mismo día, casualmente, me encontré con una tarjeta postal, que para nada buscaba, porque realmente no sabía de su existencia. Dicha tarjeta era la felicitación que le hacía mi madre, es decir, tu bisabuela Juana, a su primer nieto. Te la voy a transcribir textualmente a ti, pero me gustaría dedicársela a todos mis nietos. Dice así: Al cumplir tu primer año, te envío ese niño apagando la vela, para que tu la enciendas y lleves siempre esa luz tan clara que te regaló el Señor y nunca se apague en ti la luz de la Gracia y Alegría de vivir. Así lo desea el corazón viejo de tu abuelita, pero nuevo para quererte cada día más.


Quizás el mensaje que deseaba mi madre transmitir, seas todavía demasiado joven para entenderlo en su totalidad. pero he querido dejarlo escrito en este blog, para que a lo largo de vuestra vida podáis releerlo y comprender ese deseo de vuestra bisabuela que también, lo hago mio.


Ahora me apetece contarte, mejor dicho contaros, una historia que muchas veces os he narrado y que siempre me habéis pedido que os repitiera. Siempre os gusta más que os relate hechos reales que cuentos infantiles. Para que cuando tengáis nietos se lo podáis transmitir, os voy a recordar una historia de vuestro tatarabuelo Felipe.


Vivía en una pedanía muy pequeña, a principios del siglo veinte. Era agricultor y ganadero y poseía un rebaño de ovejas. Para pastorearlas tenía un " perro lobo". En una ocasión fueron un grupo de titiriteros ambulantes, parecido a un pequeño circo de los de ahora. Al enterarse que en ese lugar había un perro de esa raza quisieron, como una atracción más, que con un " lobo " que ellos llevaban, tuviera lugar una pelea entre ambos con apuestas. Había una gran espectación. Comenzó la pelea, y bravamente consiguió la victoria el perro de vuestro tatarabuelo, pero además, cuando lo tenía ya vencido, todos pensaban que le iba a hincar los colmillos, puesto que lo tenía vencido y tirado en el suelo. Pero la sorpresa fue, que no lo mató, sino que lo humilló, ¿recodáis cómo ?, ¡efectivamente! levantó su pata y se orinó encima. Al día siguiente los titiriteros se habían ido, y no se supo como pero el corral del ganado que tenía vuestro tatarabuelo amaneció destruido por un incendio. Esto, cariños mios, no es un cuento sino una historia que quizás ,como de todo, se puede sacar alguna moraleja. Por ejemplo, que nunca se debe menospreciar a nadie, porque ninguna persona es mas importante que otra aunque nos lo pueda parecer en un principio.