domingo, 13 de junio de 2010

Casa de la Carretera



El titulo de esta entrada es la casa donde vuestra abuela nació. Nunca se la conoció con este nombre, hasta que empezaron a venir al mundo los nietos de mis padres, y como estaba ubicada en una carretera, en vez de decir, vamos a casa de los abuelos, la nombraban de esta manera y así se quedo.


Era una casa muy grande con un entrada enorme, a continuación una habitación que le llamábamos de los pájaros, porque los azulejos que tenía eran dibujos en colores muy alegres precisamente de pájaros, de techos muy altos, le seguía una cocina en la que comíamos en una larga mesa de mármol, con un fuego que en invierno permanecía siempre encendido, y la cocina donde se hacían las comidas, hasta que apareció el invento del butano, era lo que se denominaba una cocina económica. Consistía en una gran plancha de hierro que tenia distintos fuegos, con unos aros del mismo metal que servían para cocinar con cacharros de mayor o menor tamaño. Bueno, no os he dicho lo principal, se calentaba dicha placa con leña y carbón; imaginad como se llenarían todos los utensilios de tizne. Para limpiarla, que por cierto siempre estaba resplandeciente, se utilizaba sosa y después de quitarla, con piedra pómez pasándola una y otra vez.

En aquella cocina se hacía de todo, quiero decir, no solamente lo habitual, sino también juegos y ratos de tertulia. Me encantaba jugar a las conejeras, consistía en poner las sillas haciendo un túnel, encima le colocábamos alguna alfombra vieja, allí nos escondíamos, salíamos a comer como si fuésemos conejos, y eso tan simple nos entretenía. También la mesa de mármol servía de tablero para el ping-pong. Mis hermanos Paco y Antonio lo hacían muy bien, Manolo y Juan bien y yo regular, pero cuando me dejaban jugar me sentía feliz. Otra estancia muy importante era el comedor, lugar que nos servía para poder estar juntos y así poder disfrutar de la compañia de todos. Era una habitación enorme, que en invierno se calentaba con una estufa de hierro a la que se le suministraba leña. Todos los días mi madre, cuando estábamos todos, sacaba su rosario y lo rezábamos con ella.

Mi madre era una persona que emanaba bondad por todos los poros de su piel. Podríamos calificarla como una persona buena. Cuando yo era pequeña y le venia a contar pequeñas rencillas que podía tener con amigas o mis hermanos, su frase siempre era la misma: y tú que les has hecho. Vosotros sabéis perfectamente que cuando os peleáis con hermanos o primos, normalmente todos tenéis un poco de culpa. Además, era muy inteligente y trabajadora. Pensad que eramos muchos hermanos, para nada existían las comodidades actuales y se hacia labores hoy impensables, como por ejemplo: remendar sabanas, zurcir calcetines, limpiar todos los trajes de hombres, ¿como?, a base de quitarles muy bien el polvo con una "paleta" de mimbre, dando una y otra vez, y después con agua y amoniaco, y ya para rematar la faena planchando con las planchas de carbón.

¿Sabéis donde se bañaba la abuela cuando era pequeña?, en un barreño de zinc al lado de la lumbre. El cuarto de baño lo pudieron hacer cuando yo tenia unos ocho años, que por cierto supuso un gran acontecimiento.


En Navidad, mi padre sacaba una guitarra que ya no volvía a tocar el resto del año, y cantábamos villancicos. El tito Juan y yo nos solíamos vestir de payaso, yo la verdad con poca gracia, un poco a la sombra de las gracias que se le ocurrían a mi hermano. Mi madre, en la Noche Buena, siempre sacaba ese Niño Jesús que ahora también vosotros adoráis. A las doce todos juntos nos íbamos a la misa del gallo.

La casa de la carretera ha sido siempre lo que es en la actualidad esta casa de los abuelos. Era el lugar de reunión de todos los hermanos con sus respectivos hijos. Siempre había cabida para todos. Mi padre no tuvo la dicha de conocer a ningún nieto y mi madre tampoco a todos. En mi caso sólo conoció al mayor de mis hijos, y por un periodo muy corto de tiempo, solamente dos años. Normalmente los domingos y fiestas nos reuníamos a comer. Se formaba lógicamente mucho jaleo, pero también pasábamos unos ratos muy entrañables.

En ocasiones, con todos los pequeños hacíamos un simulacro de un programa de radio que se llamaba "Fiesta en el Aire". Consistía en que cada uno hacia su actuación con aquello que mejor se le daba, es decir, unos bailaban, otros cantaban etc. Recuerdo ahora por ejemplo, a uno de mis sobrinos cantar la canción "cuando yo sea grande", esa canción que vosotros también conocéis, pues bien, lo hacia estupendamente con una carita de ángel preciosa.

No se si he sido capaz de que hayáis podido haceros una ligera idea de como era esta casa, y no me refiero físicamente, sino lo que ella suponía para todos nosotros. Era tener la certeza que en ese sitio siempre había alguien que te recibía con los brazos abiertos para todo cuanto necesitaras. Antes de terminar quiero hacerlo con una frase que repetía en ocasiones vuestra bisabuela Juana: Las casas no son grandes ni pequeñas, son los corazones los que las hacen de una manera o de otra.