domingo, 17 de octubre de 2010

El tito Pepe

Ya en una entrada anterior os relaté los nombres de todos mis hermanos; mi hermano Pepe era el que hacia el quinto. Nació en mil novecientos veintitrés, un diecinueve de Julio. Desde siempre, mi madre nos contaba de la gran bondad que emanaba por todos los poros de su piel. Nunca tuvo dudas de cual era su vocación: ser Carmelita Descalzo.
Me va a resultar casi imposible expresar por escrito mis sentimientos, los que guardo en lo mas profundo de mi ser sobre su figura. Con mis limitaciones voy a intentarlo para que podáis conocer un poco de como era en realidad, aunque no es nada sencillo, pero tengo la necesidad de hacerlo.

Cuando yo nací el ya estaba en el noviciado, por lo tanto mis primeros recuerdos van unidos a verlo vestido de fraile carmelita y además a no poder disfrutar de su presencia nada mas que en vacaciones, y estas no demasiado largas.

Con vuestra abuela siempre mantuvo una relación muy especial, quizás por los años que nos llevábamos, porque yo era la menor y le gustaba mucho jugar conmigo y a mi con él, porque tenia mucha paciencia y porque sobre todo nos quería con locura. También es posible que como mi padre se fué al cielo teniendo yo sólo trece años, para mi representaba como mi segundo padre. Comentaba muchas veces que el sacrificio mayor que le suponía llevar una vida conventual no era lo que tenia que hacer, sino la separación de su familia. Desde siempre, cuando se tenia que marchar después de unas vacaciones, al despedirse, lo hacia con los ojos llenos de lágrimas. Es algo a lo que nunca se llego a acostumbrar.

Voy a intentar a grandes rasgos que lo conozcáis un poco. De toda su vida de religioso podríamos destacar que todas las misiones que sus superiores le encomendaron las llevo a buen fin, pero ¿sabéis por qué?, porque en todas ellas ponía todo su corazón y amor. Quizás esta sea su cualidad mas reseñable, que estaba lleno de naturalidad, de sencillez, pero sobre todo de amor en todo lo que hacia.
Su vida la podemos dividir en dos etapas fundamentales, pues aunque estuviese en otros lugares e hiciese otros apostolados, que en su biografía aparecen, me quiero centrar en su estancia de veintitrés años en Ibiza y la de sus dos últimos años en su pueblo.

A Ibiza llego en la decada de los sesenta. Era un convento que a penas tenía vida. Desde el primer momento su dedicación lo condujo hacia los mas alejados de la Iglesia, como podían ser los pescadores, gitanos, drogadictos, etc.
Quiero relatar especialmente su relación con los pescadores. Cuando llego a la isla y estos veían a un sacerdote o religioso, tenían la superstición de no salir a pescar, porque para ellos podía suponer un aviso de mala suerte. Hasta ese punto llegaba el alejamiento de los pescadores con todo lo que significara o tuviese un matiz religioso. Pues bien, el tito Pepe, con muchísima paciencia, con muchísimo cariño, interesándose por sus vidas, por sus trabajos tan sumamente duros y siempre poco valorados, por sus familias, por sus inquietudes,...consiguió ganarse su confianza, y poco a poco el amor que él les manifestaba, iba sintiéndolo también en su persona.
Un día les propuso irse a pescar con ellos, y la realidad es que no les hacia mucha gracia, pero quizás por vergüenza o por compromiso, consintieron en llevárselo. El tito Pepe desde el primer momento no se subió a la barca como un mero espectador, sino que les ayudaba en todas las faenas como uno de ellos. A veces lo pasaba muy mal porque se mareaba, pero eso no le impedía el seguir adelante, y que llegasen todos aquellos hombres de mar a considerarlo como uno más de la tripulación. Tenían la plena seguridad de que en la figura del Padre José, que era como lo llamaban, tenían un verdadero padre, amigo; en definitiva una persona dispuesta siempre a darles todo lo que estuviese en sus manos.

No solamente consiguió que lo consideraran como de la familia los pescadores de Ibiza, sino que igual lo hacian los de Valencia, Santa Pola, gallegos, que a veces hacían escala en ese puerto.

Una anécdota que recuerdo, precisamente de un joven pescador gallego, es que éste se puso enfermo, se enteró el tito Pepe y por supuesto, sin conocerlo de nada, se lo llevo al convento, los compañeros siguieron su ruta de pesca, y él les prometió que lo cuidaría hasta que volviesen como a un hijo. Así lo hizo, lo tuvieron que operar de apendicitis y en todo momento, contaba después este joven, se sintió tan querido como en su propia casa. Tardaron los compañeros en recogerlo casi tres meses, pero hubiese sido igual que hubiera sido más tiempo.
Todos los pescadores que eran de fuera sabían que podían ir al convento a lo que quisiesen. El siempre les tenia preparado algo de carne, y aunque el tito Pepe no estuviese presente llegaban, se duchaban, cocinaban, comían, lo dejaban todo ordenado, le llevaban pescado, y en algunas ocasiones sin haberle llegado a ver dejaban algún pequeño rastro, como una copa en la mesa, para que él supiera quienes habían estado allí.
Cuando se venía de vacaciones procuraba hacerlo con ellos en sus barcas, muchas veces la travesía no era demasiado agradable porque no siempre el mar estaba tranquilo, sino todo lo contrario e incluso en alguna ocasión paso miedo; sin embargo jamas les demostraba su malestar, sino que procuraba hacer la vida de ellos, comiendo igual, aunque después tuviese que vomitar procurando que no lo viesen, para que no se sintiesen mal.

Les ayudaba en todo lo que podía, a ellos y a sus familias. Cuando se caso nuestro hermano Manolo, se trajo a un pescador, Antonio, que estaba enfermo, lo había acompañado a Valencia para que lo viesen, pero no conseguían averiguar exactamente cual era su enfermedad. En Murcia había un medico, muy amigo de nuestra familia, era el que había tratado a mi padre, que estaba considerado como uno de los mejores internistas. El tito Pepe le pidió que lo reconociese, y después de una serie de pruebas le diagnosticó que tenia una apendicitis llena de infección, pero muy complicada de ver, que tenia que operarse de inmediato.
El día de la boda este pescador, que todavía vive y es una excelente persona, con un carácter tímido, sin palabras, un gran hombre corpulento en su aspecto físico, que toda la vida había estado en la mar, sin conocernos, pero con el gran respaldo de quien él decía era su "padre" estuvo en la mesa de los novios, presidiéndola como uno más de la familia. Luego se lo llevo otra vez a Valencia, donde fue operado satisfactóriamente. Así solía actuar, y no creáis que él iba contando todo lo que hacía, sino que nos enterábamos por los protagonistas de sus actos. Fijaros hasta que punto se identificaba con ellos, que en su DNI figuraba como profesión la de "pescador" porque se sentía como ellos, y porque su misión principal en la vida fué la de ser pescador de hombres para la fé.

Otra parcela importante de su apostolado en la isla fueron los gitanos. Supo trabajar con ellos y para ellos. De tal manera se preocupaba por sus problemas que vivía sus carencias y sufrimientos con todo su corazón. Al tito Pepe le gustaban mucho los niños, en una ocasión un gitanillo de solo siete años le diagnosticaron un tumor en la cabeza. Mirad si lo querría el niño, que todos los días tenia que ir a darle la comida al hospital, donde estaba ingresado, y así era como únicamente quería comer.

Una vez sucedió que unos gitanos que él conocía fueron a comprar a una carnicería, llevaban una gran capaza de palma y dentro una olla grande. Hicieron un gran pedido: un lomo de cerdo entero, panceta, morcillas, chorizos, salchichón, y muchas cosas más hasta llenar la olla. Al ir a pagar se dan cuenta que no llevaban suficiente dinero, y entonces le comentan al tendero que si tiene inconveniente en guardar la olla donde no le estorbase mientras iban a por el dinero. El carnicero, con no muy buenas ganas accede, les dice donde tienen que poner el recipiente, y les advierte que vuelvan pronto antes de cerrar. Sacan la olla de la capaza, con gran esfuerzo, porque la habían llenado a tope. Le dan las gracias y se marchan. Llegó la hora de terminar la jornada, y el carnicero se da cuenta que no habían vuelto los gitanos por la olla. Con disgusto piensa que si no lo saca todo, se podría echar a perder la mercancía, se lo comenta a su mujer y acuerdan en meter la olla en la cámara frigorífica hasta que volviesen a por ella. Pero cual fue su sorpresa que cuando la cogieron de las asas no pesaba nada, la destapan y con asombro se dan cuenta que ese recipiente no tenia fondo, y que por lo tanto la mercancía se la habían llevado en la capaza y los habían engañado. De inmediato muy disgustado se fue a buscar al tito Pepe al convento. Cuando se lo cuenta, y además le dice que los va a denunciar, el tito Pepe se sonríe y le contesta: "tu siempre has presumido de que a ti nadie te podía engañar, porque eras el mas listo, y mira por donde unos pobres infelices lo han hecho, y ahora dime lo que importa la cuenta que yo te la pagaré, por lo tanto no los puedes denunciar". El carnicero todo rabioso le contestó que a él no le podía cobrar, a lo que el tito Pepe le respondió: entonces queda saldada la deuda. Después, lógicamente, fue a ver a los gitanos y les comentó que eso no se podía hacer, que cuando necesitasen algo se lo pidiesen a el.

Hubo un tiempo, al principio del movimiento hipi en Ibiza, que algunos al verlo vestido de fraile se metían con el, lo insultaban, sobre todo cuando habían consumido droga. Pues bien, sin conocerlo el tito Pepe, cuando sabían que iba a salir a la calle, se ponían de acuerdo, y sin ser vistos, lo vigilaban para protegerlo. Con esto quiero que os deis cuenta de hasta que punto lo querían los pescadores.

Una persona también muy importante en su vida allí fue un contratista de obras y albañil, al que quería con todo su corazón, y era igualmente correspondido por toda su familia. Este hombre bueno le ayudó muchísimo en la restauración del convento y de la Iglesia. Los abuelos todavía nos relacionamos con ellos y con otra mucha gente que nos tratan con verdadero cariño en recuerdo de quien tanto hizo por todos, sin distinción de clases sociales.

La última etapa de su vida, dos años y medio aproximádamente, los paso aquí , en su pueblo natal, aunque la verdad era que su corazón estaba dividido entre lo que se dejaba en la isla, y lo que tenia aquí. En ese pequeño espacio de tiempo su entrega y servicio fue igualmente completo. Su labor pastoral lo llevo a servir en el movimiento de Cursillos de Cristiandad y también en la Hospitalidad de Lourdes. No os podéis imaginad con que entusiasmo trabajó, con que entrega, sin descanso. Gracias a él muchos hombres y mujeres conocieron a Jesús en esa época y también descubrieron su gran misericordia. Yo tuve la suerte de hacer el Cursillo en ese tiempo y os puedo asegurar que en mi vida hay un antes y un después.

Igualmente doy siempre gracias a Dios por haber ido dos años a Lourdes con el, en lo que entonces se llamaba el tren de la esperanza, y quizás de las experiencias mas hermosas vividas fueron aquellos dos años, y no precisamente porque el tren fuese confortable, pues era todo lo contrario, sino por la serie de vivencias que tuve la suerte de experimentar. Jamas me he reido tanto, ni jamas me he emocionado tanto.

El tito Pepe se fue al cielo, un veinte de diciembre de mil novecientos ochenta y seis. Era Sábado, esa mañana había concelebrado la Misa de las ocho y media en la monjas carmelitas, tuve la suerte de estar presente. Después vino a casa de los abuelos a por el coche que entonces teníamos que era un Renault cinco amarillo. Tenia que ir a Santa Pola a casar precisamente a la hija de un pescador que se llamaba Frasqui. Lo esperaban a comer, la boda era por la tarde, pero no tenia pensado quedarse a la celebración porque esa noche había clausura de Cursillos en Murcia, y como siempre quería estar en ella. Pero unos diez kilómetros antes de su destino tuvo un accidente, y se fue a gozar para toda la eternidad de la presencia del Señor. Cuando lo recuerdo se me llenan los ojos de lágrimas, pero también quiero que sepáis una cosa muy importante, y es que mi conexión con él nunca se ha roto, que le rezo, le hablo, y sé que me escucha y que siempre vela por todos nosotros, por vosotros también; tened la plena seguridad, y ya sabéis que la abuela no miente.

Quizás no haya sabido expresarme todo lo bien que me hubiese gustado, pero por lo menos habéis podido conocer un poco a un ser muy especial en la vida de vuestros abuelos y de vuestros padres y de muchos más de la familia, y de otros hombres y mujeres a los que les ha dejado una profunda huella.