lunes, 26 de abril de 2010

Mis nueve hermanos

Me parece que nunca os he hablado de mis hermanos. Hoy os los voy a presentar. Mirad, mi madre, que como sabéis, se llamaba Juana, se casó en el mil novecientos doce, a los diecinueve años. Al siguiente año, nació mi hermana mayor, Chon, y después le siguió Maravillas, Juanita, Felipe, Pepe, Paco y Antonio, que eran mellizos, Manolo, Juan y vuestra abuela Pilar, que vine al mundo en el mil novecientos cuarenta. Os voy a intentar relatar algunos recuerdos de mi infancia y hechos que en el transcurrir de los años se convierten en anécdotas, pero que cuando las vives no lo parecen.
Mi infancia la recuerdo recibiendo mucho cariño por parte de todos, me llamaban el "cabico tripa", es decir, la más pequeña. Mi hermana Juanita cuando nací ya se había ido al cielo, con tan sólo nueve años. De Felipe tampoco tengo ningún recuerdo porque se fue a la División Azul y murió con veintiún año, en mil novecientos cuarenta y uno. Quizás os preguntéis porque lo hizo. Ahora sois pequeños para comprenderlo, y también yo en estos momentos piense que no tenía que haberlo hecho, pero si nos trasladamos a ese momento histórico resulta más entendible. Se fue sencillamente por defender unos ideales y no podía imaginar todo el sufrimiento que le iba a costar. Para informaros mejor existen muy buenos libros que os podrán ilustrar cuando seáis mayores.

Vamos a continuar con mi infancia. Siempre jugaba a cosas de niños, sobre todo con mi hermano Juan, que os tengo que decir me tenía un poco a su servicio. Es tres años mayor, y eso cuando eres pequeña es mucho. Alrededor de mi casa había mucho espacio y allí nos bajábamos a jugar. Hacíamos en la tierra pequeñas parcelas y sembrábamos de verdad algunas hortalizas, mi papel siempre de ayudante, el jefe el tito Juan. Otras veces, junto a sus amigos, jugábamos al "bote", a las manos en alto, al fútbol, al pilla pilla, a las "casicas", que a mí me encantaba, porque hacíamos comidicas de verdad, con cosas que nos daba mi madre. Así de simple transcurrían los días. Recuerdo también como me gustaba sentarme con mi padre para oír en la radio los partidos de fútbol; en aquella época nuestro equipo favorito era el Atlético de Bilbao.

Pasábamos los veranos entre el campo y la playa. Yo siempre prefería la última opción, aunque la verdad es que en el campo tengo unos recuerdos entrañables. Por ejemplo, la siega de los cereales que en aquella época necesitaba de un gran esfuerzo por parte de los pobres segadores. Pensad que todo era manual, con el calor que hacía en verano y un trabajo tan duro. Comían todos en la casa y la Muchacha les hacía unos grandes pucheros de comida. Había un segador, que le llamaban José el Pintáo, que todos los días para al almuerzo hacia migas en la lumbre.

Cuando por la tarde en la era se trillaba, me encantaba que me dejasen subirme al trillo. Por las noches siempre había ocasión de sentarse en la puerta de la casa con todos los que trabajaban para contar cosas y estar juntos en unos ratos de tertulia muy agradables.

El mes que íbamos a la playa era a una casa de alquiler. Nos os podéis imaginad que odisea era el viaje. Imaginad que el viaje que actualmente se hace en una hora, en ese tiempo nos llevaba mínimo de tres a cuatro. Además, había que llevarse de todo: colchones, ropa de cama, comida, pollos vivos, hamacas y no se cuantas cosas más. Os voy a contar una anécdota de los pollos. Teníamos unos vecinos de playa que siempre presumían de tener dinero. Nosotros eramos una familia de clase media, que con mucho sacrificio por parte de mis padres se hacían esfuerzos para poder ir a la playa. Mi madre tenia pasión por el mar. Bien, pues con nosotros siempre viajaba una prima hermana de mi madre, que pasaba grandes temporadas con nosotros, era la prima Encarna; que harta de estar oyendo siempre a los vecinos presumir de su posición se le ocurrió lo siguiente: nuestra casa tenía dos puertas, la de la fachada que daba al mar, y otra por detrás que se comunicaba con un patio. El par de pollos que llevábamos para todo el verano los cogía y los entraba por la puerta principal, y a continuación se salía por la otra y volvía a repetir lo mismo para que los vecinos vieran que teníamos muchos más pollos que ellos. Como veis son tonterías pero que en aquellos momentos se vivían con intensidad.

Antes de concluir este relato os voy a contar dos cosas de mis hermanos. Primero de mi hermano Felipe: tenia unos seis años y próximo a la Navidad se murió mi abuelo Felipe. Mi madre para esas fechas siempre hacia dulces, pero en aquella ocasión comentó que no los podía hacer porque estaban de luto, en aquellos tiempos se tenían esas costumbres. Mi hermano era muy goloso y no podía comprender la explicación que se le argumentaba. Entonces mi madre, con buen criterio, decidió que se los haría. Cuando iba a cumplir la promesa llamaron a la puerta y se presentó mi tío Pepe, un hermano de mi padre. Mi madre no quería que se enterase de ese "secreto" que mantenía con mi hermano y le comentó a su hijo: "cuando se vaya el chacho Pepe te hago los dulces". Pero pasaba el tiempo y mi tio seguía sentado sin ninguna prisa, y como mi hermano se impacientaba empezó a preguntarle: ¿Cuando te vas?. El sin prestarle demasiada atención le respondía, "no tengo prisa", y seguía sentado. Cada vez la pregunta se la hacia con más frecuencia y al cabo del rato le contestó: ¿Por qué insistes en cuando me voy? y el en su inocencia le dice: "es que mi madre tiene que hacer una cosa que me gusta mucho y hasta que no te vayas no la puede hacer porque no te puedes enterar". Imaginad el "mosqueo" del chacho Pepe. De inmediato le preguntó a mi madre de que se trataba y le tuvo que decir la verdad.
La otra anécdota, es de mis hermanos mellizos (Paco y Antonio). En los días de feria de aquí, allá por los primeros días de Octubre, fiesta muy importante en aquellos tiempos por la cantidad de ganado que se concentraba para su compra y venta, y como consecuencia la gran afluencia de público que la visitaba, mis hermanos, con sólo tres años, no se les ocurrió otra cosa que desde un balcón bajo, en un descuido de mi madre, sacar los zapatos de toda la familia y tirarlos a la calle; la gente que pasaba se los llevaba dada la escasez económica de la época. Cuando mi madre se dio cuenta por el alboroto de la gente vio que se habían quedado en un momento sin zapatos toda la familia y sin posible solución.

Se me olvidaba contaros como vestían mis hermanos con dieciséis o diecisiete años en la playa. De día siempre en bañador, pero eso no es noticia, pero por la noche cuando salían con la pandilla de amigos y amigas lo hacían elegantísimos en pijama. No asombraros porque es cierto, de hecho, había por mi casa fotografías que lo demuestran. Pero no daban sólo un paseo por la playa, sino que se iban al Casino, a bailar. Fijaros si han cambiado los tiempos. Por cierto, vuestro abuelo también presumía con esos modelos.

viernes, 23 de abril de 2010

Zampapanes


En esta ocasión os voy a contar una historia que cuando yo era pequeña me encantaba que me la relatara mi madre. Si recordáis, vuestro tatarabuelo Pepe se dedicaba a llevar el correo a distintos lugares de la comarca. Este trabajo también lo realizaron, cuando fueron jóvenes, sus hijos Pepe y Ginés. Estoy relatando algo que sucedió a finales del siglo IXX y principios del XX, es decir, más de 100 años atrás. En aquella época era bastante frecuente que por distintos motivos personas que supuestamente obraban fuera de la ley se escondieran en diferentes parajes y sierras para no ser encontrados. A veces, lo hacían en solitario y otras en pequeños grupos. La gran mayoría conocían los itinerarios de personas que tenían que transportar cargas de valor y lo que hacían era salirles al encuentro, amenazarles, y en definitiva robarles.

En la sierra de Santiago de la Espada se refugiaba el protagonista de esta historia. Por allí tenían que pasar con mucha frecuencia a llevar el correo, tanto el "chacho" Pepe como el "chacho" Ginés. He querido nombrarlos con la palabra "chacho" porque así era como se les llamaba a los tios. Eran muy jóvenes, aproximadamente unos catorce o quince años, pero ya tenían esa responsabilidad. Ambos hermanos se turnaban en hacer su trabajo, que en realidad suponía un alto riesgo. En una ocasión se encontró el "chacho" Ginés con un hombre en medio del camino que le hizo señales para que parase. Así lo hizo, y lo único que le pidió fue que le diese la comida que llevaba. Lógicamente se la dio y se comprometió a que cada vez que pasasen por allí, cualquiera de los dos hermanos, le llevarían comida. Este suceso no se lo contó a nadie, porque el Zampapanes, que así se llamaba el individuo, le dijo que no lo delatara. Incluso le advirtió que cuando viajase la guardia civil en la diligencia que hiciese sonar una bocina, para entonces no salirles al encuentro. A su madre, vuestra tatarabuela Juana, se lo ocultaron para que no sufriera y cada vez que hacían esa ruta le pedían que les pusiera más cantidad de comida porque siempre se quedaban con ganas de comer más. Ella no lo entendía mucho, pero lo hacia como se lo pedían. Así estuvieron muchos años, y jamás el Zampapanes los molestó en ningún otro aspecto. Por lo visto no había hecho nada grave, pero por miedo a ir a la cárcel se refugió en la sierra bastante tiempo, hasta que se olvidaron de él.

También me viene a la memoria otra historia que sucedió tras la guerra civil, en los años mil novecientos cuarenta y algunos, cuando surgió la figura de los maquis. Nos contaba mi padre, vuestro bisabuelo Paco, que cuando viajaba por la provincia de Guadalajara, cosa que hacia con bastante frecuencia por su trabajo, pasaba allí largas temporadas y nunca lo extorsionaron, porque era gente a la que les había dado trabajo en muchas ocasiones, y como lo conocían, jamás se metieron con nada que tuviese relación con sus negocios. Seguramente tendrían un concepto bueno de su persona y siempre lo respetaron. Nos comentaba que entre ellos tenían la consigna de hacerlo así.

Hay otra historia del bandolero Juan Manuel, que se hizo famoso por su peligrosidad, pues tenía varios crímenes a sus espaldas. Nos situamos otra vez a finales del siglo IXX en la pedanía donde vivía vuestro tatarabuelo Felipe. Llegó una noche a hospedarse en una venta con el fin de pedirle dinero a vuestro tatarabuelo, pero alguien que conocía sus intenciones lo delató a la guardia civil. Estos se presentaron para detenerle y como puso resistencia e intentó sacar su arma, le tuvieron que disparar. No murió en el acto y tirado en el suelo llamó a uno de los guardias civiles. Este se acercó para ver lo que quería, creyendo que iba a pedir auxilio, y lo que hizo fue dispararle y matarlo; el joven guardia sólo tenía veinticinco años. Imaginad la conmoción que supusieron estos acontecimientos en toda la comarca.

domingo, 11 de abril de 2010

Más historias graciosas


En esta ocasión me gustaría relataros alguna cosa de vuestros antepasados por parte del abuelo. Os cuento, el padre del abuelo se llamaba Pepe y su madre Carmen; a esta última la han conocido vuestros padres, y también Ignacio y Álvaro, pero eran muy pequeños y seguro que no se acuerdan.

El padre de vuestro bisabuelo Pepe, es decir vuestro tatarabuelo, se llamaba Eladio y su mujer Teresa. El era ingeniero de Caminos y realizó bastantes proyectos, alguno de los cuales todavía los podéis admirar. En Murcia diseñó el llamado popularmente como puente de Hierro, y también el muelle de carga que existe en la playa del Hornillo. En nuestra casa, no os habréis fijado, pero hay colgados dos cuadros con el diseño del puente del Jarama del ferrocarril y de un circo ecuestre de Madrid que también proyectó. También está su fotografía vestido con el uniforme de ingeniero.

Vuestro bisabuelo Pepe era una persona de lo más entrañable, educada y cariñosa que os podáis imaginar. Tenía muchísima gracia cuando contaba anécdotas vividas por él. Voy a intentar contaros una que a mí siempre me ha hecho reír, aunque tenéis que entender que las costumbres de aquella época eran algo diferentes a las de hoy.

Vivían en nuestro pueblo dos hermanas de la alta sociedad de aquel entonces. Una tarde, a la hora de la merienda, en una sala de estar con una sillería de rejilla parecida a la de los abuelos, se pusieron a merendar y en el sofá pusieron una servilleta blanca esquinada, y sobre ella la bandeja con las galletas, la tetera, las tazas de té,.... Cuando estaban en plena faena llamaron a la puerta y precipitadamente lo recogieron todo para que no se viera donde habían puesto la improvisada mesa, pero se olvidaron de quitar la servilleta. Quien había llamado era un aparcero, es decir, uno que trabajaba en el campo para ellas. Lo pasaron a la sala, y el hombre se vino a sentar justo en el sofá que estaba la servilleta. De momento el hombre se da cuenta que entre los pantalones le asomaba una cosa blanca, y pensó que era el faldón de su camisa. Se puso muy nervioso y comenzó a intentar meterse eso blanco que veía de reojo para dentro del pantalón. Ellas lo miraban y trataban de disimular, pero el pobre hombre nerviosísimo le costaba que aquello blanco le desapareciera porque además estaba sentado sobre la servilleta. Al fin, con mucho esfuerzo y avergonzado cuando terminó la "faena" se despidió y se marchó. Imaginad cuando llegara a su casa y se encontrase con una servilleta dentro del pantalón. Pensad que esto ocurrió a principio del siglo XX, y que en aquella época no había la confianza que existe hoy para hablar, y que se tenían mucho respeto y formalismos entre las personas. Esto había que oírselo contar a vuestro bisabuelo, ya que parecía que estabas viendo la escena, que en realidad duró casi una hora porque no podía tirar de la servilleta en la que estaba sentado.

En otra ocasión, nos narraba que en una reunión donde había bastante gente, estando él presente, un señor pidió agua para beber. Una de las dueñas de la casa le dijo a la doncella que le trajese agua y ésta apareció con el vaso en la mano. Entonces, la señora le dijo a la doncella: "mujer, se trae en un plato", se refería claro al vaso de agua. Al momento apareció con un plato sopero lleno de agua hasta el borde, andando muy despacio para que no se desbordara el agua del plato. Imaginad la risa que este suceso provocó, máxime cuando la reunión era por el duelo de la madre de dicha señora que había muerto ese día. Contaba el bisabuelo que todos se tuvieron que salir a la calle porque no podían aguantar la risa y estaba feo reirse donde estaban los familiares del muerto.

También vuestra bisabuela Carmen nos contaba cosas graciosas, como por ejemplo, que en otra reunión, también con motivo de un duelo, había mucha gente y entraron tres hermanas muy conocidas en la ciudad y muy gruesas. Vieron un sofá de tres plazas de rejilla y se sentaron las tres a la vez. Al gran peso que fue sometido el asiento del sofá se hundió y cayó al suelo, quedando sus "pompis" encajados en el marco del asiento sin poder salir de él, teniendo que auxiliarlas entre risas los que allí estaban.

martes, 6 de abril de 2010

El amor de un padre

Cuando recibí el vídeo que a continuación podéis ver y que me gustaría que lo hicieseis con mucha atención porque me parece muy entrañable, tan lleno de amor autentico, de realismo, que me parece es muy importante, aunque sea breve de comentar.

Quizás, hijos de mi vida, vuestros abuelos, pueden llegar a no tener su mente tan despierta como para comprender algo tan sencillo como el sonido de un pequeño gorrión. En estos momentos, puede que os parezca hasta extraño que sea así, pero es bastante normal que pueda ocurrirnos. Ya veis la Muchacha como está, cosa que hace unos pocos años parecía impensable llegase a ese estado. Pero más que fijarnos en los abuelos, quiero que penséis en vuestros padres, en el amor que cada día derrochan a manos llenas, que sin hacerlo como algo extraordinario están las veinticuatro horas del día pendientes de vosotros. Todos los fallos que cometéis os los perdonan siempre, olvidan los errores y alaban todo lo bueno que tenéis. Les salen por todos los poros de su cuerpo amor auténtico, y como no se cansan nunca de responder a las infinitas preguntas que os surgen continuamente. Guardarlo siempre en vuestros corazones y por mayores que seáis, no olvidéis nunca todo lo que os han intentado transmitir, de cómo os quieren, de que aunque alguna vez se puedan equivocar, jamás habrá sido con el ánimo de haceros ningún mal.
Cada vez que veo estas imágenes, me emociono. Si os dais cuenta, ese padre tampoco le reprocha nada, con todo su amor le recuerda las veces que su hijo le había preguntado lo mismo y se lo muestra de un modo sereno y sonriéndole.