lunes, 27 de septiembre de 2010

Mi prima Maravillas

Quiero que "conozcáis" un poco a esta prima hermana de vuestra abuela. En alguna entrada anterior os he relatado los hermanos que tenia mi madre, pues bién mi prima Maravillas era hija de mi tío Ginés, es decir, del hermano de vuestra bisabuela Juana. Eran cinco hermanos, el primogénito se llamaba Pepe, la segunda Maravillas, el tercero Paco, la cuarta Juanita (en la actualidad vive en Valencia y es monja en el convento de las Hermanas de los Ancianos Desamparados) y la quinta Chon.

Tratando de recordar la vida de mi prima, quizás lo mejor, es que haya sido siempre una mujer valiente, fuerte, unida a su marido en todos los momentos, sin aparentemente hechos extraordinarios en su existencia, pero matizo que sólo aparentemente. Os voy a contar una historia real de un acontecimiento en su vida mas que extraordinario.
Estaba recién casada con una hija de un año cuando su marido, que se llamaba Pepe, se puso enfermo de tuberculosis. En esos tiempos era una enfermedad con un alto riesgo de mortalidad. Además, también era sumamente contagiosa, de tal forma que en esa epoca el cuidado de dichos enfermos, que corría a cargo de los familiares, suponía una dificultad mayor para poderles atender y hacerlo en las mejores condiciones sanitarias.

En este caso, mi prima Maravillas fue su enfermera, acondicionaron una pequeña parte de la vivienda de sus suegros y ella se ponía una bata para entrar y no hacerlo con ropa ordinaria. Su hija de tan sólo un año se la llevaron a casa de sus abuelos maternos, y para que la pudiesen ver sus padres, en una terraza que previamente habían acristalado, se la aproximaban y a través de los cristales podían disfrutar de su presencia, aunque con la tristeza de no poderla besar y abrazar.

Los médicos le diagnosticaron que como mínimo tenían que pasar dos años para su posible curación, que en principio no tenian nada clara. Por aquella época iba en peregrinación la imagen de la Virgen de Fátima, llevándola en andas por los pueblos de la Región; coincidió que la trajeron aquí, y como los anderos eran familiares y amigos al pasar por la puerta donde se encontraba su esposo Pepe, pararon a la virgen delante de la terraza, a él lo incorporaron, y todos unidos oraron pidiendo su sanación.

A los dos meses lo volvieron a reconocer los médicos, y cual fue su asombro cuando observaron la total curación de Pepe sin dejar ningún tipo de secuelas. Ante la sorpresa de todos reconocieron que su salud se había reestablecido a través de un hecho sin ninguna duda extraordinario, y no por el tratamiento que estaba recibiendo.

Imaginad la fe que siempre ellos han tenido, y por conocimiento de este hecho también nosotros hemos tenido, a la advocación a la Virgen de Fátima. Después tuvieron ocho hijos más, en total cinco hijas y cuatro hijos; una de ellas se llama Fátima. Esto, cariños mios, es una historia real; yo era entonces pequeña, pero lo recuerdo perféctamente, y además ahora conozco mas detalles por mi prima Juanita, es decir, su hermana monja. Ya veis como el poder de la oración es inmenso y espero que sea el motor de vuestra vida.

Bueno ahora me traslado a la actualidad. Me parece que sabéis, que sin ningún merito por mi parte, tengo el privilegio de ser Ministro extraordinario de la Eucaristía. Por ese motivo, no recuerdo exactamente los años, pero como mínimo unos seis, le he estado llevando a la casa de mi prima Maravillas al Señor todas las semanas para que pudiese comulgar, pues tenia mucha dificultad para poder andar. En estos años, hemos podido relacionarnos de un modo mas íntimo, y no sólo eso, sino que el Señor también me ha permitido que se establezca una relación muy especial con cada uno de sus hijos, de tal modo que más allá de los lazos de sangre que, por supuesto existen, se ha iniciado una corriente especial de cariño mutuo que nos ha permitido vivir de una forma increible, que dificilmente yo sea capaz de relatar; como mi prima Maravillas ha afrontado su muerte y se ha ido al Cielo, irradiando paz, y transmitiéndola a todos los que hemos tenido la fortuna de poder vivir esos instantes tan fuertes e intensos, que con su testimonio nos inducía sosiego, serenidad y paz, y así hemos podido corresponderle a todas sus palabras de cariño, de dulzura, de naturalidad y de serenidad. De su boca, en plena agonía, no han salido otras palabras distintas a "os quiero, perdón si algo os ha molestado, vamos a rezar", despedirse de cada uno, dar uno y cientos de besos y hablar de todas las personas que ya tenemos en el Cielo, nada más ni nada menos. Podemos decir con seguridad, que tenemos otra nueva santa gozando de la presencia del Señor.

Me quedo con muchas cosas de ella, y la admiro por su fe y el amor que nos ha transmitido, dándonos fuerza y serenidad para superar estos momentos tan dolorosos por la perdida de un ser querido. Quiero recordarla en el cielo oliendo a espliego como antiguamente olía su habitación.

sábado, 18 de septiembre de 2010

La vuelta al Cole


Después de este gran paréntesis de vacaciones voy a intentar volver a comunicaros sentimientos que me gusta compartir con todos vosotros. Mirad, con motivo de vuestra vuelta al Cole que he podido vivir, a todos os he observado y me alegra mucho que lo hayáis hecho contentos y con ganas. Lo que os quiero relatar es de como era la vuelta al Cole de vuestra abuela. Nunca he reflexionado sobre ello y ahora voy a recordar y a contaros como lo vivía.

Mi primera etapa escolar y hasta parte del bachiller lo hice en un colegio religioso. Cuando iniciabas la escolarización, con unos cinco o seis años, ibas a la clase que se denominaba de párbulos. Recuerdo que había que bajar unas escaleras para acceder a ella y que era una clase muy grande; daba a un patio pero la recuerdo con poca luz. La monja que teníamos como profesora era mayor y le teníamos mucho respeto, cuando mi madre iba al cole esta misma monja, siendo entonces muy joven también le dio clase. La verdad es que era muy buena, pero tenia unas normas que a mi no me gustaban. Antes de seguir recordando os tengo que confesar un secreto, los primeros días lloraba y no me gustaba ir, lo pasaba francamente mal.

Todos los días formábamos una fila alrededor de la clase y teníamos que poner las manos estiradas para que ella viese si llevábamos las uñas limpias, así como las manos. Para formar esta fila o cuando salíamos al recreo, lo hacíamos ordenadamente y tmicamente con un sonido muy peculiar, dando pequeños golpes con una "chasca", que por cierto cuando ella murió se la regalaron a vuestra bisabuela Juana y la tengo yo guardada. Un día vamos a desfilar con ese sonido.


Si nos portábamos bien, el premio consistía en darnos con una cucharilla muy pequeña una chispa de azúcar que siempre tenia guardada en un bote pequeños de hojalata. Si nos portábamos mal, el castigo consistía en tenernos un rato encima de un ladrillo que se movía y que le llamaba el del demonio. Era una clase muy grande, aunque para mi triste, con muchos niños y niñas, y con esas pequeñas artimañas la monja profesora conseguía mantener el orden perféctamente.

A los diez años, en el plan de estudios de mil novecientos cincuenta, se hacia un curso que se llamaba ingreso a bachiller. Consistía pricipálmente en una prueba de ortografía realizando un dictado, y también unos ejercicios de aritmética. A partir de ahí inicie mi bachiller, consistía en hacer cuatro cursos y revalida, es decir, un examen general de esos cuatro años, y después dos cursos mas con su propia revalida. Bien, los cuatro primeros años los hice en ese colegio religioso, pero los exámenes finales de Junio íbamos a Murcia, al Instituto Saavedra Fajardo, y en un solo día nos examinaban de todas las materias. Era una verdadera aventura ese viaje, y os voy a contar por qué. Entonces había un tren que nos conectaba con la capital. Tardaba tres horas ( lo que ahora se hace en cuarenta minutos ), salia a las seis de la mañana y diréctamente nos íbamos de la estación al Instituto, medio mareadas, sin casi tomar nada, nerviosas, con el calor correspondiente que hace en esas fechas, un poco asustadas. En aquel tiempo, cuando yo cursaba el cuarto curso, mi padre estaba muy enfermo, de tal manera que el Señor se lo llevo al Cielo; imaginad que año tan duro pase. Bien, pues ya los dos siguientes años, así como el ingreso a la Universidad y la Carrera de Magisterio lo hice viviendo en Murcia y todo cambio para bien académicamente.

Os voy a contar una cosa que quizás ni vuestros padres sepan. En una ocasión mi madre me aconsejo que hiciese Magisterio y mi respuesta fue: "antes fregare escaleras que dar clase". Pero cariños mios, la vida a veces te da sorpresas, y dices cosas sin saber exactamente tus verdaderas preferencias, y este es el caso de vuestra abuela, que después como sabéis, no solo es que me he dedicado en cuerpo y alma a mi profesión de dar clases, sino que he sido feliz haciéndolo, y que el día que tome la decisión de prejubilarme lo hice con pena. Cuantas veces me he acordado de mi madre por aquel consejo que me dio, y que yo aun sin tenerlo claro acepte.