domingo, 26 de enero de 2014

Viaje de novios de los abuelos


Hace tiempo que no hago ninguna entrada. Yo creo que me he vuelto un poco perezosa, pero tengo pendiente la segunda parte de la boda de los abuelos, es decir, su viaje de novios.
La primera noche de casados nos fuimos a dormir a Murcia, a la mañana siguiente teníamos previsto salir para Granada. El abuelo disponía de un gran coche, un Seat 600, para realizar el largo itinerario que con toda ilusión habíamos planeado. En los días anteriores a la salida lo había llevado a un taller a que lo revisaran con minuciosidad para que estuviese perfecto todo el trayecto.
Si tenéis curiosidad por conocer el modelo de coche que era, meteros en Internet y os quedaréis asombrados de lo amplio y cómodo que era para viajar cuatro personas, a lo que había que sumar sus respectivos equipajes. Por supuesto, el aire acondicionado era absolutamente ecológico: la ventanilla abierta
Nuestra gran aventura comenzó a media mañana del día veinticinco de junio. La guasa empezó en la cafetería en la que desayunamos. Nada más entrar en el recinto, estaba allí un intimo amigo que la tarde anterior había asistido a nuestra boda y al vernos aparecer, con bastante humor, se puso a gritar: ¡Vivan los novios¡; todos nos dieron un aplauso y nosotros sin saber que decir.
Por fin nos montamos en nuestro flamante coche y rumbo a Granada. A los pocos kilómetros notamos que  se calentaba el motor y mirando vimos que salía humo del mismo. Paramos en una gasolinera donde compramos unas botellas de agua, y el abuelo y el tito Juan le echaban agua fría al radiador, y después de un rato cuando se enfrió el motor a continuar el viaje. En aquella época no había autovías, eran carreteras con tramos incluso sin asfaltar, con una serie de curvas que ni las podéis imaginar. También tenían cuestas muy pronunciadas, y todo ello con nuestro "Ferrari", y encima calentándose cada muy pocos kilómetros. Teníamos que atravesar un tramo que era famoso por sus curvas, y a la vez por las grandes pendientes de sus cuestas. Recuerdo que iba un gitano en su burro, nosotros parando y él adelantándonos. Era el trayecto de mayor dificultad, conocido como el Puerto de la Mora. ¿Sabéis a la hora que llegamos a Granada?; nada más que a las doce de la noche. Imaginad el calor que pasaríamos y lo cansados que llegamos. Al día siguiente repararon la avería y tan contentos.
Desde esta preciosa ciudad tomamos rumbo hacia Córdoba. Por cierto, esperando entrar a visitar la Mezquita sentados en el patio de los Naranjos, a unos metros de mi pude ver a mi doble, no creáis que exagero, todavía la recuerdo perfectamente; después me arrepentí de no dirigirme a ella. Siguiente etapa: Sevilla. En ese recorrido se nos pinchó el coche nada menos que tres veces. Por supuesto que nos quedamos sin rueda de repuesto, y gracias a un coche que paro y trasladó al tito Juan a un taller donde se las arreglaron  pudimos continuar nuestra aventura.
A continuación nos trasladamos a Madrid para continuar ruta hacia Valencia con el objetivo de viajar a Ibiza. Por fin nos trasladamos a esta hermosa isla. El viaje lo hicimos en barco, por supuesto acompañados de nuestro seiscientos, que a partir de Sevilla no dio ya ningún problema. En el puerto nos estaba esperando mi hermano Pepe, ya sabéis, el carmelita. Nos llevo a un hotel en San Antonio. Estaba situado a orilla de la playa. El dueño era un íntimo amigo suyo y no os podéis imaginar como nos trataron de bien y  como aprovechamos esos días de relax después de todas las peripecias que os he relatado. Estuvimos quince días que siempre los recordamos como inolvidables.
Hicimos diversas excursiones, entre ellas a la isla Conejera, a un lugar llamado la Torreta. Era un lugar precioso y completamente virgen, lo que le confería mucho más encanto. Allí nos esperaban un grupo de pescadores, y en una de sus barcas nos trasladó uno de los miembros de la familia de pescadores. Era un gran hombre, fuerte, de pocas palabras y un corazón inmenso. Nos obsequiaron con los mejores pescados elaborados por ellos y así pudimos disfrutar de una hermosa jornada. Al regreso, ya en alta mar, y pasando por un trecho de muchas corrientes marinas de repente el motor se paró. No había ninguna posibilidad de arreglarlo, tampoco medio alguno de comunicación para poder pedir auxilio. Aquel gran hombre y excelente pescador, que por cierto quiero que sepáis que se llamaba Antonio, sacó dos remos enormes de la bodega y de inmediato los colocó y se puso a remar. Todavía tenemos la imagen de como sudaba, del esfuerzo tan enorme que tenía que hacer, de como nos tranquilizaba para que no tuviésemos miedo. Tardamos en llegar al puerto más de tres horas. La tita Carmen se mareó, el pobre Antonio sufría de verla. El tito Pepe me dio una manzana, recuerdo que nos aconsejaba que miráramos a lo lejos y la mordiese a trocitos muy pequeños. Era lógico, puesto que no había más alimento. Así resistimos y por fin pisamos tierra. Toda nuestra estancia en la isla fue maravillosa y solamente nos puede brotar de nuestro corazón sentimientos de agradecimiento hacia todas las personas que tuvimos la suerte de conocer, y sobre todo al tito Pepe que fue el artífice de todos los acontecimientos que pudimos sentir y vivir.
El regreso a la península lo hicimos a Barcelona. Los abuelos en avión, los titos en barco.