domingo, 8 de mayo de 2011

Las fiestas de la abuela


Ahora que han concluido las fiestas de mayo, voy a escribiros sobre ellas con los recuerdos que tengo de las distintas etapas de mi vida. Lo mas lejano que me viene a la memoria es que el día dos de mayo de todos los años nos levantábamos muy temprano. Me hacia mucha ilusión oír los cascabeles de los caballos, y nos salíamos a la terraza de la puerta de la calle para ver a dos caballos del vino que nunca faltaban a la cita de traerlos para que mi padre y toda la familia admirásemos su enjaezamiento, que por cierto, en absoluto se parecen en nada a los actuales; solamente se les ponía sobre el lomo la colcha mas lujosa que tenían en cada una de las casas de las familias que los vestían, y encima colocaban sus respectivas banderas, en mi recuerdo aparecen como los más bonitos del mundo. Los dueños de esos caballos eran amigos de mi padre y por eso tenían el detalle de traérselos, ya que era costumbre el exibirlos ante los amigos de los caballistas. Los dos a los que me refiero eran el caballo del "Faralá" y el de los "Rabietas". Mi madre siempre tenia preparada una bandeja de dulces acompañada de alguna bebida, que era lo habitual en aquella época.

A continuación nos íbamos a oír la Misa de Aparición y seguidamente nos trasladábamos al Castillo para presenciar el Baño del Vino y la bendición de las flores que previamente había adquirido la Cofradía junto con la bandeja de las Madres Carmelitas, que seguidamente se repartía a la gente.

A continuación nos poníamos en las almenas para, con la mayor de las emociones, esperar el momento tan ansiado de contemplar el espectáculo único de la carrera de los caballos del vino, ya que desde allí, como no había arboles en la cuesta, se podía observar perfectamente las carreras sin ningún peligro. La mayor parte del publico se situaba en la cuesta, abriendo paso al caballo cuando pasaba, igual que hacen ahora vuestros padres. El abuelo desde muy pequeño, con tan solo cuatro años, lo llevaba su padre, es decir, vuestro bisabuelo Pepe, sobre los hombros en medio de la cuesta.

Por aquel entonces, no se premiaban los enjaezamientos y si al caballo mas veloz con sus cuatro caballistas que llegaban hasta el final de la cuesta. A cada uno de los participantes se les obsequiaba con una arroba de vino de la Cruz. Poco a poco han ido evolucionando las fiestas hasta ser como lo son en la actualidad y vosotros ya conocéis.

Las atracciones de las que se podía disfrutar en esas fechas eran los columpios, a mi me gustaba mucho la Montaña Rusa, los Caballitos o el Tío Vivo, la Noria, las Barcas y poco mas, pues en nada se parece a las que montan en la actualidad. La Muchacha me llevaba normalmente y también íbamos a la Plaza del Ayuntamiento donde ponían unas casetas en donde podías adquirir juguetes y otras muchas cosas. Todo esto que os he relatado ocurría cuando vuestra abuela tenia unos cinco o seis años, en esa etapa de la vida cualquier hecho que sea distinto a la rutina lo vives de una forma mágica.


En otro momento de mi vida, y cuando ya habían nacido vuestros padres, por circunstancias de la vida, en la casa de los abuelos durante los días de fiesta nos reuníamos mucha gente. La noche de las migas, por ejemplo, nos juntábamos un numeroso grupo de amigos y conocidos. Detrás de nuestra casa hacíamos como mínimo migas para unas cincuenta personas. El día dos, preparábamos un gran desayuno para mucha gente, al mediodía hacíamos arroz para casi doscientas personas, pues bien, con todo ese trabajo los abuelos sacábamos tiempo para coger a vuestros padres y subir la mañana del día dos bailando y cantando detrás de algún caballo del vino.
En la etapa de mi vida que estoy en la actualidad lógicamente no puedo hacer nada de eso, pero lo que si es cierto es que me lo paso bien gozando de vuestra presencia sobre todo, y como además tenemos un sitio privilegiado, disfruto de otra manera. Me gustaría saber transmitiros que la ilusión por las cosas no tiene por que perderse por muchos años que cumplas, sino que se pueden vivir los acontecimientos de distinta forma y no por ello disfrutar menos.