Hace bastante tiempo que vuestro padre, Ignacio y Álvaro, me viene diciendo que haga una entrada sobre esta gran persona y excelente Carmelita. He ido declinando el hacerlo porque reconozco que me considero totalmente incapaz de llegar a trasladaros como era en realidad el Padre Gabriel. No obstante, intentaré transmitir que supuso en mi familia su presencia y algunas de sus vivencias, siendo consciente de que no resultará completa esta narración como él se merecería.
Nació en Alcañíz, un pueblo muy bonito de Zaragoza. Era mañico por los cuatro costados; ¿os imagináis ya por qué vuestra abuela se llama Pilar?; pues precisamente por este fraile maño. Como sabéis, he ocupado el décimo lugar de nacimiento entre todos mis hermanos y entonces era costumbre poner a los hijos los nombres de los respectivos abuelos y familiares cercanos. En mi caso, ya se había cumplido con ese ritual y como el padre Gabriel era muy querido por mis padres, éste les sugirió, como buen maño, que me pusieran el nombre de Pilar, patrona de Zaragoza. Por cierto, me bautizaron a la vez que al tito Juan y al ser tres años mayor que vuestra abuela lo hicieron primero a él. Cuando llegó mi turno le comentó precisamente al padre Gabriel: "de eso, refiriéndose a la sal que entonces le ponían en los labios a los niños al bautizarlos, no le des a mi hermana que no le gusta".
En mi infancia fue mucho el contacto que tuve con él. Lo recuerdo como una persona muy auténtica en todas sus acciones. Yo le profesaba un gran respeto y cariño. Estando ya casada, teniendo tu padre Paula unos tres años, viendo yo que no paraba de moverse sin apenas dejarnos hablar, me levanté para cogerlo y para que se estuviera quieto, recuerdo que le dije: "estate ya quieto que eres malísimo". De inmediato el padre Gabriel se puso en pié, como si tuviera un resorte, se vino a mi lado y muy seriamente me dijo: "no le vuelvas a decir jamas a tu hijo eso; dile que es travieso, porque en realidad es lo que es, pero no malo. Quizás no te das cuenta del daño que le puedes hacer con esa frase, porque adquiere fama de lo que no es en todos sus entornos". Jamas he vuelto a cometer ese gran error, ni con vuestros padres, ni tampoco con vosotros; llevaba toda la razón. Este pequeño detalle os puede dar idea de cómo era su carácter y espontaneidad.
Podría narrar cientos de anécdotas en torno a su persona, pero no me parece oportuno hacer demasiado larga esta entrada, pero si existen acontecimientos en su vida que quiero que conozcáis para que os podáis acercar a su figura.
Durante su estancia entre nosotros dio clase de religión a los alumnos de bachillerato, entre ellos a tres de mis hermanos. Todos le tenían un gran cariño a la vez que un enorme respeto. Les hizo mucho bien. En la posguerra, había un preso por motivos políticos en Calasparra, y sus padres vivían aquí. Murió la madre y dejaron salir de la cárcel al hijo porque el P. Gabriel había dado su palabra de que no se iba a escapar. Imaginad si era una persona en la que se podía confiar. Era de esos seres que hacía el bien a todo el que podía, tenia un corazón de oro.
Cuando lo trasladaron, sus superiores le enviaron a fundar un convento en Centroamérica, para que estuviesen presentes en esa parte del mundo los Carmelitas. Salio desde Madrid a la aventura, cuando se trasladaban, junto con otro compañero, al aeropuerto de Barajas para coger el avión que les llevaría a su destino, se dejaron en el taxi toda la documentación, y lógicamente no pudieron embarcar en el avión en el que tenían previsto volar. Esperaron toda la noche en el aeropuerto por si el taxista se daba cuenta y volvía donde los había dejado, pero también por vergüenza de haber sido tan torpes y despistados. Al día siguiente no tuvieron mas remedio que volver y decir lo que les había pasado, y la sorpresa fue que la documentación estaba allí, porque el taxista al comprobar que eran Carmelitas la entregó en el convento.
En América trabajó muchísimo, eran tiempos muy difíciles, pero consiguió con creces cumplir el cometido que se le había encomendado. Tuvo contacto hasta con tribus caníbales, pero él era capaz de todo por evangelizar, sin tener miedo a nada.
Una señora que ayudo a los Carmelitas en sus primeros años, antes de morir le regaló una sortija para que él a su vez se la regalase a la persona que quisiese; ¿sabéis quién la tiene?. ¡Acertasteis!, vuestra abuela Pilar. La guardo como algo muy especial, que me emociona al recordarlo.
Hace unos días he tenido la suerte de encontrar una carta que le envió a mi padre unos meses antes de que muriera. Solamente os voy a transcribir textuálmente una frase muy corta, pero muy importante para llevarla a cabo en nuestras vidas: "...pero lo cierto es que Dios lo que quiere son obras". Este lema, con todo mi corazón, os deseo que sea a lo largo de todas vuestras vidas una máxima, y ya comprobaréis como os vais a sentir en paz.
El final de su vida fue precisamente en este convento. Tuve la suerte de que una hora antes de que subiera al Cielo pudiera darle un beso.
No sé si he conseguido acercaros un poco a su figura, pero para vuestra abuela ha sido un gozo el recordarlo, aunque la verdad es que todos los días lo tengo presente.
Podría narrar cientos de anécdotas en torno a su persona, pero no me parece oportuno hacer demasiado larga esta entrada, pero si existen acontecimientos en su vida que quiero que conozcáis para que os podáis acercar a su figura.
Durante su estancia entre nosotros dio clase de religión a los alumnos de bachillerato, entre ellos a tres de mis hermanos. Todos le tenían un gran cariño a la vez que un enorme respeto. Les hizo mucho bien. En la posguerra, había un preso por motivos políticos en Calasparra, y sus padres vivían aquí. Murió la madre y dejaron salir de la cárcel al hijo porque el P. Gabriel había dado su palabra de que no se iba a escapar. Imaginad si era una persona en la que se podía confiar. Era de esos seres que hacía el bien a todo el que podía, tenia un corazón de oro.
Cuando lo trasladaron, sus superiores le enviaron a fundar un convento en Centroamérica, para que estuviesen presentes en esa parte del mundo los Carmelitas. Salio desde Madrid a la aventura, cuando se trasladaban, junto con otro compañero, al aeropuerto de Barajas para coger el avión que les llevaría a su destino, se dejaron en el taxi toda la documentación, y lógicamente no pudieron embarcar en el avión en el que tenían previsto volar. Esperaron toda la noche en el aeropuerto por si el taxista se daba cuenta y volvía donde los había dejado, pero también por vergüenza de haber sido tan torpes y despistados. Al día siguiente no tuvieron mas remedio que volver y decir lo que les había pasado, y la sorpresa fue que la documentación estaba allí, porque el taxista al comprobar que eran Carmelitas la entregó en el convento.
En América trabajó muchísimo, eran tiempos muy difíciles, pero consiguió con creces cumplir el cometido que se le había encomendado. Tuvo contacto hasta con tribus caníbales, pero él era capaz de todo por evangelizar, sin tener miedo a nada.
Una señora que ayudo a los Carmelitas en sus primeros años, antes de morir le regaló una sortija para que él a su vez se la regalase a la persona que quisiese; ¿sabéis quién la tiene?. ¡Acertasteis!, vuestra abuela Pilar. La guardo como algo muy especial, que me emociona al recordarlo.
Hace unos días he tenido la suerte de encontrar una carta que le envió a mi padre unos meses antes de que muriera. Solamente os voy a transcribir textuálmente una frase muy corta, pero muy importante para llevarla a cabo en nuestras vidas: "...pero lo cierto es que Dios lo que quiere son obras". Este lema, con todo mi corazón, os deseo que sea a lo largo de todas vuestras vidas una máxima, y ya comprobaréis como os vais a sentir en paz.
El final de su vida fue precisamente en este convento. Tuve la suerte de que una hora antes de que subiera al Cielo pudiera darle un beso.
No sé si he conseguido acercaros un poco a su figura, pero para vuestra abuela ha sido un gozo el recordarlo, aunque la verdad es que todos los días lo tengo presente.