Con motivo del día de San Antón que fue el diecisiete de enero, mi hijo Pepe me sugirió que debía hacer una entrada sobre esta fiesta, explicando como se vivía esa festividad cuando los abuelos éramos niños, puesto que en nada se parece a la actualidad.
A San Antón siempre se le ha considerado en esta zona el patrón de los alpargateros, aunque con seguridad no hayáis oído hablar de esta profesión puesto que ahora se denominan empresarios del calzado. En la época en que yo os voy a relatar lo que ocurría era habitual que la mayor parte de las personas utilizasen alpargatas, es decir, calzado elaborado con soga de cáñamo realizada a partir del trenzado del filamento del cáñamo (otro día os hablaré de como conseguir este filamento); la suela y la lona de la alpargata se cosían componiendo la parte superior de la alpargata. Era una verdadera obra de arte el proceso artesano que se utilizaba para fabricar este calzado. Pero como eso es otra historia, ahora me voy a centrar en relataros la celebración de esta fiesta. La víspera, es decir, el dieciséis de enero, se unían todos los del gremio de alpargateros para hacer una gran hoguera. Junto a ella y los alrededores se iniciaba la tirada de carretillas, que no son otra cosa que los cohetes sin la caña que los dirige, por eso su trayectoria, mientras arde la mecha y hasta su explosión, es loca e imprevisible; ni os podéis imaginar la cantidad que se tiraban. Era milagroso que no hubiesen heridos graves, aunque siempre se saldaba el encuentro con algunas quemaduras.
A mi padre le encantaban, disfrutaba con locura tirando las carretillas, hasta el punto de que en el portal de la casa donde vivíamos, en un espacio reducido de poco más de seis metros cuadrados entre la puerta de madera de la calle y una cancela de madera y cristal para entrar en casa, cerraba ambas puertas y con parte de su familia en ese espacio, encendía carretillas una tras otra; por cierto lo mejor era no moverse para que la carretilla no se fueran detrás de ti debido al aire que desplazabas al moverte.
En una ocasión, en la placeta de la puerta de la casa de la carretera de la que ya os hablé en otra entrada, estando una prima hermana mía con su novio en la mencionada placeta y el abuelo Eladio que llegó en ese momento y que también disfrutaba con las carretillas, se le ocurrió tirar una, con tan mala fortuna que se le enredó en un abrigo de pieles que llevaba mi prima y se le quedó fija. El abuelo lógicamente se asustó y consiguió que no le explotase en el costado. Mi prima, que también le gustaban y no les temía nada, no se movió ni un milímetro. El susto fue grande para todos los que lo vimos, de tal manera que el abuelo ya no quiso tirar nunca más carretillas.
El día de San Antón se hacía una procesión con el Santo, y cerrando dicha comitiva, entre otros, el presidente de gremio de alpargateros. El recorrido era por todo el barrio del convento de los carmelitas, que es donde se encuentra la imagen del Santo. Un año, a vuestro bisabuelo Paco y a un amigo suyo no se les ocurrió otra cosa que tirar ambos un paquete de carretillas dirigidos a uno que iba al lado del Santo, y que les temía mucho. Imaginad la escena, todo el mundo corriendo y dejando al pobre Santo sólo.
Toda esta forma de celebrar esta fiesta con el tiempo fue desapareciendo. En los años 80 mi hermano Pepe siendo conventual en el convento de aquí, trató de reavivar la fiesta. Se volvió a hacer la hoguera y a tirar carretillas. Recuerdo que me trajo sus pantalones para que se los lavase pensando que estaban llenos de manchas. Cuando los vi me quedé asombrada, porque lo que estaban eran quemados por todos lados.
En la actualidad, aunque en algunas pedanías todavía se conserva esa costumbre, todas estas tradiciones han desaparecido, solamente persiste la bendición de los animales de todo tipo y el reparto de tortas de San Antón. Eso si que sabéis lo que son porque cada año la abuela os las recoge, e igual que me hacía mi madre por cada trocito que nos comemos rezamos un Padre Nuestro.
La vida de este gran Santo es digna de leer, cuando seáis mayores tened la curiosidad de hacerlo, fue una persona admirable.
A mi padre le encantaban, disfrutaba con locura tirando las carretillas, hasta el punto de que en el portal de la casa donde vivíamos, en un espacio reducido de poco más de seis metros cuadrados entre la puerta de madera de la calle y una cancela de madera y cristal para entrar en casa, cerraba ambas puertas y con parte de su familia en ese espacio, encendía carretillas una tras otra; por cierto lo mejor era no moverse para que la carretilla no se fueran detrás de ti debido al aire que desplazabas al moverte.
En una ocasión, en la placeta de la puerta de la casa de la carretera de la que ya os hablé en otra entrada, estando una prima hermana mía con su novio en la mencionada placeta y el abuelo Eladio que llegó en ese momento y que también disfrutaba con las carretillas, se le ocurrió tirar una, con tan mala fortuna que se le enredó en un abrigo de pieles que llevaba mi prima y se le quedó fija. El abuelo lógicamente se asustó y consiguió que no le explotase en el costado. Mi prima, que también le gustaban y no les temía nada, no se movió ni un milímetro. El susto fue grande para todos los que lo vimos, de tal manera que el abuelo ya no quiso tirar nunca más carretillas.
El día de San Antón se hacía una procesión con el Santo, y cerrando dicha comitiva, entre otros, el presidente de gremio de alpargateros. El recorrido era por todo el barrio del convento de los carmelitas, que es donde se encuentra la imagen del Santo. Un año, a vuestro bisabuelo Paco y a un amigo suyo no se les ocurrió otra cosa que tirar ambos un paquete de carretillas dirigidos a uno que iba al lado del Santo, y que les temía mucho. Imaginad la escena, todo el mundo corriendo y dejando al pobre Santo sólo.
Toda esta forma de celebrar esta fiesta con el tiempo fue desapareciendo. En los años 80 mi hermano Pepe siendo conventual en el convento de aquí, trató de reavivar la fiesta. Se volvió a hacer la hoguera y a tirar carretillas. Recuerdo que me trajo sus pantalones para que se los lavase pensando que estaban llenos de manchas. Cuando los vi me quedé asombrada, porque lo que estaban eran quemados por todos lados.
En la actualidad, aunque en algunas pedanías todavía se conserva esa costumbre, todas estas tradiciones han desaparecido, solamente persiste la bendición de los animales de todo tipo y el reparto de tortas de San Antón. Eso si que sabéis lo que son porque cada año la abuela os las recoge, e igual que me hacía mi madre por cada trocito que nos comemos rezamos un Padre Nuestro.
La vida de este gran Santo es digna de leer, cuando seáis mayores tened la curiosidad de hacerlo, fue una persona admirable.