Con la llegada del Otoño voy a quitarme un poco la pereza del verano, y con el nuevo curso que todos habéis comenzado intentaré relataros donde he trabajado hasta que me jubilé voluntariamente a los sesenta y dos años.
Cuando la abuela tenía diez años en el plan de estudios de ese momento se hacía un examen de ingreso a bachiller, a continuación cuatro años de bachillerato con reválida incluida de esos años (se llamaba bachiller elemental), y seguidamente dos años mas con su correspondiente reválida (bachiller superior). Después teníamos un curso que se llamaba preuniversitario, que era sencillamente el acceso a la Universidad. La abuela también lo cursó y en vez de seguir una carrera universitaria hice magisterio, pensado sinceramente que jamás me dedicaría a la enseñanza, incluso en una ocasión le llegue a comentar a mi madre que nunca lo haría, añadiéndole: "antes fregaré escaleras que dar clases". El abuelo que es cuatro años mayor que yo hizo estos mismos estudios, pero con un plan de estudios más antiguo, que constaba de un ingreso a los diez años y seguidamente siete cursos de bachiller, y al final una reválida que se llamaba exámen de Estado, que una vez aprobado te daba la posibilidad de hacer un exámen de ingreso en las Escuelas de Peritos Industriales que fué la carrera que cursó.
Cuando finalicé mis estudios, para que me dieran el titulo, tenía que irme a un campamento de verano para realizar una serie de actividades relacionadas principálmente con la educación física y algunas otras materias. Vuestra abuela, inconscientemente, pensando que nunca lo iba a necesitar, no quise hacerlo y por lo tanto tampoco me dieron el título de magisterio. Pasaron los años, me case con el abuelo, tuvimos nuestro primer hijo (vuestro padre Ignacio y Álvaro), me dedique a criarlo y tan feliz. Así fueron transcurriendo los años y aproximádamente cuando había cumplido los cuatro añcs mi niño, pensando además que ya no podía tener mas hijos (así nos lo dijo el médico), tuve la oportunidad de trabajar dando clase en un centro de enseñanza que entonces se llamaba Escuela de Maestría Industrial, en donde ya trabajaba el abuelo dando clase de Tecnologia de Electricidad y otras materias. Inmediátamente acepté la oferta, pero cuando fui a presentar la documentación que me exigían, lógicamente me faltaba lo principal, el titulo de mi carrera, Cuando fui a solicitarlo, me encuentro con mi pasado, y me dicen que me falta el requisito o justificante de haber realizado aquellas actividades que quedaron pendientes. Ante esta situación de inmediato decidí ir a realizar esas actividades que en su momento me negué a realizar, pero además en una situación con más inconvenientes, ya que tuve que trasladarme a Alicante en régimen de internado en un colegio menor durante un mes. Pero a los quince días surge un nuevo problema: detectaron que había chinches, es decir, unos bichicos muy pequeños pero imposible de poder convivir con ellos. Tuvieron los responsables de Sanidad que cerrar el Colegio por un tiempo hasta que con sucesivas fumigaciones pudieron eliminar esos "huéspedes" tan poco recomendables. Como faltaban otros quince días del curso los concluimos sin tener que pernoctar en las instalaciones del Castillo de dicha ciudad. Pero como el curso era en pleno verano, subir aquella cuesta por la mañana y por la tarde no era muy apetecible, pero eso sí, tuve la gran recompensa de poder llevarme a mi hijo (vuestro padre, Ignacio y Alvaro), junto con vuestra bisabuela Carmen a casa de una prima hermana de mi madre, que se llamaba la prima Encarna, y que estuvo feliz de ofrecernos la casa con todo su cariño.
Aquí se inicia una nueva etapa en la vida de vuestra abuela, al principio llena de miedos ante lo desconocido y sobre todo porque me preocupaba mucho el no hacerlo bien. Así fueron transcurriendo los años dando el abuelo y la abuela clases con plaza de interinos, y cuando menos lo esperábamos nos llegó la gran alegría de que venía al mundo mi segundo hijo, tu padre Paula. Y tres años después de nuevo esperaba mi tercer hijo, vuestro padre Pablo, Juan y Ana. No os podéis imaginar lo felices que nos sentíamos, pero lógicamente el trabajo se multiplicó y además coincidió justamente cuando se convocaron las primeras oposiciones a las que podía optar. Cuando estaban los tres dormidos, después de preparar las clases del día siguiente, me ponía a estudiar el temario de la oposición. Así todo un año, muchas madrugadas me quedaba dormida sobre los folios. Pero bueno, cuando algo se quiere conseguir es necesario ser tenaz y no decaer en el esfuerzo que te pueda suponer llevarlo a buen termino. Llegó el momento de la oposición; las pruebas las hice en Madrid, y os cuento un secreto, si no es por el abuelo (que ya las había aprobado en la misma ciudad el año anterior), a mitad de los exámenes habría abandonado. Estaba tan agotada que me parecía imposible poder aprobar. El abuelo no me dejó tirar la toalla y ¿sabéis qué?, pues que aprobé y además tuve la gran suerte de poder elegir a nuestro querido pueblo para trabajar.
Ha sido toda una vida dedicada a la enseñanza, repleta de momentos muy reconfortantes y algunos de sufrimiento. Antes os he comentado como pensaba la abuela cuando era jovencita, y como en mis planes jamás estaba el dar clases, sin embargo os puedo asegurar que desde el primer día de trabajo me he dedicado con entusiasmo e ilusión a mis alumnos, que he sido feliz en mi trabajo, que empecé a disfrutar de él cuando descubrí que no pasaba nada cuando algún alumno me preguntaba algo y no sabia la respuesta, se lo comentaba y al siguiente día se la daba. El descubrir mis limitaciones, asumirlas con naturalidad, supuso para la abuela un descanso tremendo. El día que tome la decisión de jubilarme, para mi fue un momento duro, porque realmente disfrutaba con lo que hacia; pero también quiero transmitiros que en ningún momento me he arrepentido de esa decisión, porque el "trabajo" al que me he dedicado desde entonces ha sido variado y muy importante.
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