Vuestro padre, Ignacio y Alvaro, me hizo el siguiente comentario: "mamá, yo creo que la Paca merecería una entrada en el blog". Es cierto, la merece y deseo que a grandes rasgos conozcáis a esta gran persona, a la que llevo en mi corazón y en numerosas ocasiones la recuerdo con mucha gratitud.
Cuando era joven, junto con su marido, estuvieron viviendo en el campo que tenían mis padres en la Cañada de Tarragoya. Él era gañán, es decir, cuidaba las vacas y con los aperos correspondientes arrastrados por éstas cultivaba las tierras, en aquella época no existía ningún tipo de maquinaria agrícola. En una ocasión tuvo que vivir un acontecimiento horrible, nada más ni nada menos que presenciar la muerte de un hijo de dos años, atropellado por su padre con las ruedas de la carreta que tiraban los bueyes. Imaginad el gran sufrimiento que arrastro durante toda su vida. Este hecho ya habría sido suficiente para atormentarla, pero no quedaron ahí sus desgracias; en otro momento, como donde ellos vivían no había luz eléctrica y se alumbraban con un carburo (es un recipiente donde se mezcla carburo y agua, de esta mezcla se desprende un gas inflamable que sale por un pitorro del recipiente al que se le aplica una cerilla, y como consecuencia el gas arde con una gran luminosidad), ocurrió un accidente con tan mala suerte que en un descuido se acercó a donde estaba colgado el carburo y con su llama se quemó el lado izquierdo de la cara, incluido el labio inferior, por eso tenía una gran deformidad en el rostro; como podéis suponer en aquella época no existía la cirugía estética. Por si le faltaba algo más de sufrimiento, su marido era alcohólico y su trato con ella era muy desagradable. De esta manera, trabajando de sol a sol, fue transcurriendo su vida con muchas carencias.
Los abuelos cuando verdaderamente la tratamos fue en la etapa de su vida que ya era mayor. De joven ya os he comentado que estuvo en el campo de mis padres, pero después se fueron de allí y no volvimos a saber de ellos. En innumerables ocasiones me cruzaba en la calle con una persona que tenía la cara deformada, con un haz de leña sobre sus espaldas, un pañuelo negro en su cabeza y su vestido largo hasta los tobillos, y siempre era al atardecer ese encuentro. También se encontró con la crueldad de algunos adolescente que se metían con ella por su aspecto. ¡Qué peligro tiene nuestro juicio a priori¡. Yo no la conocía, pero mis hermanas mayores si, y un día le ofrecieron trabajo y nosotros también. Os voy a contar en que consistía su faena. Mientras que la abuela se iba a trabajar, cuidaba de tu padre, Paula, y del vuestro, Pablo, Juan, Ana y Marta. Vuestro padre, Ignacio y Alvaro, ya era más mayor. Estaba pendiente de que no os pasase nada cuando veníais antes que yo del cole. Puedo aseguraros que lo cumplía a rajatabla, y ante mi pregunta de cómo se han portado, siempre su respuesta era la misma: "han sido buenisimos". A mi me constaba, que buenos si, pero traviesos también. Se pasaba horas en un gran pasillo que había en el piso inferior, jugando a tiraros el balon y vuestros padres de porteros. Nunca me dió una queja.
Cuando nos poníamos a comer en la cocina, todos a la vez, la Paca jamás se sentaba antes que yo, por mucho que le insistiera, siempre estaba pendiente de mi, jamás quiso hacerlo en nuestra mesa porque pensaba que por su deformación podíamos sentirnos incomodos, comía en una mesa de al lado, y tenía unos detalles de tal delicadeza que muchos grandes eruditos hubieran podido aprender de esta gran mujer. Por las tardes, a todos vuestros padres les gustaba acompañar a la abuela en un coche Renault 5 que teníamos y llevarla a su casa, perdón a su casa no, a su cueva. Vivía en lo mas alto del monte, en una cueva limpia como los chorros del agua cristalina. Allí la esperaba su marido alcoholizado, y la palabra de agrado que recibía de él era que le diera el vino. Siempre se lo tenía que proporcionar, de no ser así se habría puesto violento. Le tenia tanto miedo que incluso, en su ignorancia, cuando éste se murió le puso una botella de vino en el féretro por si se despertaba y para que no le faltase la bebida que sin ella se enloquecía.
Con todo esto que he narrado, no puedo concluir sin que sepáis que jamás se quejó de nada, que siempre tenia buen carácter, y sobre todo demostró un cariño excepcional y de protección hacia nuestros tres hijos que son vuestros padres.
Los abuelos cuando verdaderamente la tratamos fue en la etapa de su vida que ya era mayor. De joven ya os he comentado que estuvo en el campo de mis padres, pero después se fueron de allí y no volvimos a saber de ellos. En innumerables ocasiones me cruzaba en la calle con una persona que tenía la cara deformada, con un haz de leña sobre sus espaldas, un pañuelo negro en su cabeza y su vestido largo hasta los tobillos, y siempre era al atardecer ese encuentro. También se encontró con la crueldad de algunos adolescente que se metían con ella por su aspecto. ¡Qué peligro tiene nuestro juicio a priori¡. Yo no la conocía, pero mis hermanas mayores si, y un día le ofrecieron trabajo y nosotros también. Os voy a contar en que consistía su faena. Mientras que la abuela se iba a trabajar, cuidaba de tu padre, Paula, y del vuestro, Pablo, Juan, Ana y Marta. Vuestro padre, Ignacio y Alvaro, ya era más mayor. Estaba pendiente de que no os pasase nada cuando veníais antes que yo del cole. Puedo aseguraros que lo cumplía a rajatabla, y ante mi pregunta de cómo se han portado, siempre su respuesta era la misma: "han sido buenisimos". A mi me constaba, que buenos si, pero traviesos también. Se pasaba horas en un gran pasillo que había en el piso inferior, jugando a tiraros el balon y vuestros padres de porteros. Nunca me dió una queja.
Cuando nos poníamos a comer en la cocina, todos a la vez, la Paca jamás se sentaba antes que yo, por mucho que le insistiera, siempre estaba pendiente de mi, jamás quiso hacerlo en nuestra mesa porque pensaba que por su deformación podíamos sentirnos incomodos, comía en una mesa de al lado, y tenía unos detalles de tal delicadeza que muchos grandes eruditos hubieran podido aprender de esta gran mujer. Por las tardes, a todos vuestros padres les gustaba acompañar a la abuela en un coche Renault 5 que teníamos y llevarla a su casa, perdón a su casa no, a su cueva. Vivía en lo mas alto del monte, en una cueva limpia como los chorros del agua cristalina. Allí la esperaba su marido alcoholizado, y la palabra de agrado que recibía de él era que le diera el vino. Siempre se lo tenía que proporcionar, de no ser así se habría puesto violento. Le tenia tanto miedo que incluso, en su ignorancia, cuando éste se murió le puso una botella de vino en el féretro por si se despertaba y para que no le faltase la bebida que sin ella se enloquecía.
Con todo esto que he narrado, no puedo concluir sin que sepáis que jamás se quejó de nada, que siempre tenia buen carácter, y sobre todo demostró un cariño excepcional y de protección hacia nuestros tres hijos que son vuestros padres.