Me parece que nunca os he hablado de mis hermanos. Hoy os los voy a presentar. Mirad, mi madre, que como sabéis, se llamaba Juana, se casó en el mil novecientos doce, a los diecinueve años. Al siguiente año, nació mi hermana mayor, Chon, y después le siguió Maravillas, Juanita, Felipe, Pepe, Paco y Antonio, que eran mellizos, Manolo, Juan y vuestra abuela Pilar, que vine al mundo en el mil novecientos cuarenta. Os voy a intentar relatar algunos recuerdos de mi infancia y hechos que en el transcurrir de los años se convierten en anécdotas, pero que cuando las vives no lo parecen.
Mi infancia la recuerdo recibiendo mucho cariño por parte de todos, me llamaban el "cabico tripa", es decir, la más pequeña. Mi hermana Juanita cuando nací ya se había ido al cielo, con tan sólo nueve años. De Felipe tampoco tengo ningún recuerdo porque se fue a la División Azul y murió con veintiún año, en mil novecientos cuarenta y uno. Quizás os preguntéis porque lo hizo. Ahora sois pequeños para comprenderlo, y también yo en estos momentos piense que no tenía que haberlo hecho, pero si nos trasladamos a ese momento histórico resulta más entendible. Se fue sencillamente por defender unos ideales y no podía imaginar todo el sufrimiento que le iba a costar. Para informaros mejor existen muy buenos libros que os podrán ilustrar cuando seáis mayores.
Vamos a continuar con mi infancia. Siempre jugaba a cosas de niños, sobre todo con mi hermano Juan, que os tengo que decir me tenía un poco a su servicio. Es tres años mayor, y eso cuando eres pequeña es mucho. Alrededor de mi casa había mucho espacio y allí nos bajábamos a jugar. Hacíamos en la tierra pequeñas parcelas y sembrábamos de verdad algunas hortalizas, mi papel siempre de ayudante, el jefe el tito Juan. Otras veces, junto a sus amigos, jugábamos al "bote", a las manos en alto, al fútbol, al pilla pilla, a las "casicas", que a mí me encantaba, porque hacíamos comidicas de verdad, con cosas que nos daba mi madre. Así de simple transcurrían los días. Recuerdo también como me gustaba sentarme con mi padre para oír en la radio los partidos de fútbol; en aquella época nuestro equipo favorito era el Atlético de Bilbao.
Pasábamos los veranos entre el campo y la playa. Yo siempre prefería la última opción, aunque la verdad es que en el campo tengo unos recuerdos entrañables. Por ejemplo, la siega de los cereales que en aquella época necesitaba de un gran esfuerzo por parte de los pobres segadores. Pensad que todo era manual, con el calor que hacía en verano y un trabajo tan duro. Comían todos en la casa y la Muchacha les hacía unos grandes pucheros de comida. Había un segador, que le llamaban José el Pintáo, que todos los días para al almuerzo hacia migas en la lumbre.
Cuando por la tarde en la era se trillaba, me encantaba que me dejasen subirme al trillo. Por las noches siempre había ocasión de sentarse en la puerta de la casa con todos los que trabajaban para contar cosas y estar juntos en unos ratos de tertulia muy agradables.
El mes que íbamos a la playa era a una casa de alquiler. Nos os podéis imaginad que odisea era el viaje. Imaginad que el viaje que actualmente se hace en una hora, en ese tiempo nos llevaba mínimo de tres a cuatro. Además, había que llevarse de todo: colchones, ropa de cama, comida, pollos vivos, hamacas y no se cuantas cosas más. Os voy a contar una anécdota de los pollos. Teníamos unos vecinos de playa que siempre presumían de tener dinero. Nosotros eramos una familia de clase media, que con mucho sacrificio por parte de mis padres se hacían esfuerzos para poder ir a la playa. Mi madre tenia pasión por el mar. Bien, pues con nosotros siempre viajaba una prima hermana de mi madre, que pasaba grandes temporadas con nosotros, era la prima Encarna; que harta de estar oyendo siempre a los vecinos presumir de su posición se le ocurrió lo siguiente: nuestra casa tenía dos puertas, la de la fachada que daba al mar, y otra por detrás que se comunicaba con un patio. El par de pollos que llevábamos para todo el verano los cogía y los entraba por la puerta principal, y a continuación se salía por la otra y volvía a repetir lo mismo para que los vecinos vieran que teníamos muchos más pollos que ellos. Como veis son tonterías pero que en aquellos momentos se vivían con intensidad.
Antes de concluir este relato os voy a contar dos cosas de mis hermanos. Primero de mi hermano Felipe: tenia unos seis años y próximo a la Navidad se murió mi abuelo Felipe. Mi madre para esas fechas siempre hacia dulces, pero en aquella ocasión comentó que no los podía hacer porque estaban de luto, en aquellos tiempos se tenían esas costumbres. Mi hermano era muy goloso y no podía comprender la explicación que se le argumentaba. Entonces mi madre, con buen criterio, decidió que se los haría. Cuando iba a cumplir la promesa llamaron a la puerta y se presentó mi tío Pepe, un hermano de mi padre. Mi madre no quería que se enterase de ese "secreto" que mantenía con mi hermano y le comentó a su hijo: "cuando se vaya el chacho Pepe te hago los dulces". Pero pasaba el tiempo y mi tio seguía sentado sin ninguna prisa, y como mi hermano se impacientaba empezó a preguntarle: ¿Cuando te vas?. El sin prestarle demasiada atención le respondía, "no tengo prisa", y seguía sentado. Cada vez la pregunta se la hacia con más frecuencia y al cabo del rato le contestó: ¿Por qué insistes en cuando me voy? y el en su inocencia le dice: "es que mi madre tiene que hacer una cosa que me gusta mucho y hasta que no te vayas no la puede hacer porque no te puedes enterar". Imaginad el "mosqueo" del chacho Pepe. De inmediato le preguntó a mi madre de que se trataba y le tuvo que decir la verdad.
La otra anécdota, es de mis hermanos mellizos (Paco y Antonio). En los días de feria de aquí, allá por los primeros días de Octubre, fiesta muy importante en aquellos tiempos por la cantidad de ganado que se concentraba para su compra y venta, y como consecuencia la gran afluencia de público que la visitaba, mis hermanos, con sólo tres años, no se les ocurrió otra cosa que desde un balcón bajo, en un descuido de mi madre, sacar los zapatos de toda la familia y tirarlos a la calle; la gente que pasaba se los llevaba dada la escasez económica de la época. Cuando mi madre se dio cuenta por el alboroto de la gente vio que se habían quedado en un momento sin zapatos toda la familia y sin posible solución.
Se me olvidaba contaros como vestían mis hermanos con dieciséis o diecisiete años en la playa. De día siempre en bañador, pero eso no es noticia, pero por la noche cuando salían con la pandilla de amigos y amigas lo hacían elegantísimos en pijama. No asombraros porque es cierto, de hecho, había por mi casa fotografías que lo demuestran. Pero no daban sólo un paseo por la playa, sino que se iban al Casino, a bailar. Fijaros si han cambiado los tiempos. Por cierto, vuestro abuelo también presumía con esos modelos.
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