En esta ocasión os voy a contar una historia que cuando yo era pequeña me encantaba que me la relatara mi madre. Si recordáis, vuestro tatarabuelo Pepe se dedicaba a llevar el correo a distintos lugares de la comarca. Este trabajo también lo realizaron, cuando fueron jóvenes, sus hijos Pepe y Ginés. Estoy relatando algo que sucedió a finales del siglo IXX y principios del XX, es decir, más de 100 años atrás. En aquella época era bastante frecuente que por distintos motivos personas que supuestamente obraban fuera de la ley se escondieran en diferentes parajes y sierras para no ser encontrados. A veces, lo hacían en solitario y otras en pequeños grupos. La gran mayoría conocían los itinerarios de personas que tenían que transportar cargas de valor y lo que hacían era salirles al encuentro, amenazarles, y en definitiva robarles.
En la sierra de Santiago de la Espada se refugiaba el protagonista de esta historia. Por allí tenían que pasar con mucha frecuencia a llevar el correo, tanto el "chacho" Pepe como el "chacho" Ginés. He querido nombrarlos con la palabra "chacho" porque así era como se les llamaba a los tios. Eran muy jóvenes, aproximadamente unos catorce o quince años, pero ya tenían esa responsabilidad. Ambos hermanos se turnaban en hacer su trabajo, que en realidad suponía un alto riesgo. En una ocasión se encontró el "chacho" Ginés con un hombre en medio del camino que le hizo señales para que parase. Así lo hizo, y lo único que le pidió fue que le diese la comida que llevaba. Lógicamente se la dio y se comprometió a que cada vez que pasasen por allí, cualquiera de los dos hermanos, le llevarían comida. Este suceso no se lo contó a nadie, porque el Zampapanes, que así se llamaba el individuo, le dijo que no lo delatara. Incluso le advirtió que cuando viajase la guardia civil en la diligencia que hiciese sonar una bocina, para entonces no salirles al encuentro. A su madre, vuestra tatarabuela Juana, se lo ocultaron para que no sufriera y cada vez que hacían esa ruta le pedían que les pusiera más cantidad de comida porque siempre se quedaban con ganas de comer más. Ella no lo entendía mucho, pero lo hacia como se lo pedían. Así estuvieron muchos años, y jamás el Zampapanes los molestó en ningún otro aspecto. Por lo visto no había hecho nada grave, pero por miedo a ir a la cárcel se refugió en la sierra bastante tiempo, hasta que se olvidaron de él.
También me viene a la memoria otra historia que sucedió tras la guerra civil, en los años mil novecientos cuarenta y algunos, cuando surgió la figura de los maquis. Nos contaba mi padre, vuestro bisabuelo Paco, que cuando viajaba por la provincia de Guadalajara, cosa que hacia con bastante frecuencia por su trabajo, pasaba allí largas temporadas y nunca lo extorsionaron, porque era gente a la que les había dado trabajo en muchas ocasiones, y como lo conocían, jamás se metieron con nada que tuviese relación con sus negocios. Seguramente tendrían un concepto bueno de su persona y siempre lo respetaron. Nos comentaba que entre ellos tenían la consigna de hacerlo así.
Hay otra historia del bandolero Juan Manuel, que se hizo famoso por su peligrosidad, pues tenía varios crímenes a sus espaldas. Nos situamos otra vez a finales del siglo IXX en la pedanía donde vivía vuestro tatarabuelo Felipe. Llegó una noche a hospedarse en una venta con el fin de pedirle dinero a vuestro tatarabuelo, pero alguien que conocía sus intenciones lo delató a la guardia civil. Estos se presentaron para detenerle y como puso resistencia e intentó sacar su arma, le tuvieron que disparar. No murió en el acto y tirado en el suelo llamó a uno de los guardias civiles. Este se acercó para ver lo que quería, creyendo que iba a pedir auxilio, y lo que hizo fue dispararle y matarlo; el joven guardia sólo tenía veinticinco años. Imaginad la conmoción que supusieron estos acontecimientos en toda la comarca.
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