Hace unos días una amiga de toda la vida vino a estar un rato con los abuelos y me dio la foto que preside esta entrada. Estuvimos un buen rato charlando y recordando aquellos años de nuestra infancia. Fue curioso, porque ambas tuvimos la sensación de que no habían pasado tantos años desde que se realizó la foto. No asustaros, ya sabéis la edad de vuestra abuela, por lo tanto han transcurrido como mínimo sesenta y siete años. También nos dimos cuenta que a pesar de que nuestras vidas han transcurrido por caminos muy diferentes, ella ha vivido en Granada y no hemos tenido ocasión de vernos con frecuencia, esa amistad de niñas estaba guardada en nuestro corazón y seguía estando viva.
Me parece hermoso que puedan permanecer esos sentimientos de cariño y que solamente guardes los buenos recuerdos.
Esta amiga se llama también Pilar. En la foto es la que aparece la segunda por la derecha. Ha tenido tres hijos, igual que yo, pero con una diferencia notable. El mayor es un poco deficiente y cuando me habló de él, me comentó textualmente: "mira, el Señor escribe derecho con renglones torcido, ¿sabes quien me cuida, me mima, me ayuda y está en todo momento pendiente de mi?; mi José". Me contó un montón de anécdotas y lógicamente las dos nos emocionamos con su relato. Me comentaba que se había convertido en su ángel de la guarda.
También recordamos las monjas que nos habían iniciado en esos primeros años de nuestra niñez, las tareas que hacíamos, nuestros juegos, que para nosotras eran suficientes para pasarlo estupendamente; saltar a la comba, con una o dos cuerdas, la rayuela, el escondite con un bote como protagonista. Os lo voy a explicar: la que se quedaba contando hasta cuarenta se colocaba al lado de un bote pequeño (como los de tomate de medio kilo), y cuando descubría el escondite de alguna, decíamos gritando: una, dos, tres y bote Pilar está escondida en tal sitio, y si la que se quedaba se despistaba un poco, entonces una de las compañeras repetía esas palabras pero añadiendo: por mi y por mis compañeras. Es semejante a lo que a vosotros os he visto jugar, pero sin bote.
Cada día yo hacía el mismo recorrido para ir al cole, me subía por la cuesta de la Simona, recogía a mi amiga María, juntas nos íbamos a la calle Canalejas, y allí se agregaban nuestra amiga Antonia y Pilar, la de la foto, y ya las cuatro nos dirigíamos a clase. Esto fue hasta los diez años que ya comencé a estudiar el bachiller.
Para vosotros quizás esta entrada no os diga mucho, pero a mí me ha servido para recordar momentos vividos que en mi memoria permanecen con satisfacción.
También recordamos las monjas que nos habían iniciado en esos primeros años de nuestra niñez, las tareas que hacíamos, nuestros juegos, que para nosotras eran suficientes para pasarlo estupendamente; saltar a la comba, con una o dos cuerdas, la rayuela, el escondite con un bote como protagonista. Os lo voy a explicar: la que se quedaba contando hasta cuarenta se colocaba al lado de un bote pequeño (como los de tomate de medio kilo), y cuando descubría el escondite de alguna, decíamos gritando: una, dos, tres y bote Pilar está escondida en tal sitio, y si la que se quedaba se despistaba un poco, entonces una de las compañeras repetía esas palabras pero añadiendo: por mi y por mis compañeras. Es semejante a lo que a vosotros os he visto jugar, pero sin bote.
Cada día yo hacía el mismo recorrido para ir al cole, me subía por la cuesta de la Simona, recogía a mi amiga María, juntas nos íbamos a la calle Canalejas, y allí se agregaban nuestra amiga Antonia y Pilar, la de la foto, y ya las cuatro nos dirigíamos a clase. Esto fue hasta los diez años que ya comencé a estudiar el bachiller.
Para vosotros quizás esta entrada no os diga mucho, pero a mí me ha servido para recordar momentos vividos que en mi memoria permanecen con satisfacción.