domingo, 3 de julio de 2011

La Muchacha, mis nietos y el Cielo



No quiero dejar transcurrir ni un día más sin dejar plasmadas algunas de las vivencias que todos nosotros hemos vivido con la Muchacha.


Han pasado unos seis años desde que aparecieron los primeros síntomas de su enfermedad. Se inicio con un cambio brusco de su carácter. Recordaréis Ignacio y Álvaro, sobre todo por la edad, que en ocasiones los juguetes que os traíais a casa de los abuelo los escondía y no dejaba que los tocaseis. Había una serie de comportamientos inusuales en ella, todos consecuencia de su deterioro neurológico. Sucesivamente se produjeron grandes cambios en ella, en los cuales todos habéis participado, pero tengo que deciros que os habéis portado con ella de una forma admirable. En muchas ocasiones, cuando intentaba levantarse de su sillón, vosotros me ayudabais, porque a la vez que estabais viendo dibujos la vigilabais para que no se levantase de su sitio y evitar así algún porrazo. Siendo tú Alvaro muy pequeño, me llamaste muy apurado (yo estaba en la cocina) y al instante me gritaste: "no vengas abuela que he conseguido parar a la Muchacha". Son innumerables los detalles que me vienen a la memoria, pero lo que me gustaría que no olvidaseis nunca, es con el cariño, el respeto, la comprensión con la que la habéis tratado y como habéis vivido con total naturalidad el ocaso de una persona buena y servicial.

Necesito también dejar constancia, de como vosotras, Paula y Ana, me ayudabais a darle la merienda, a llevarla a la cama para cambiarla e incluso cuando estaba con un poco de caca, como os tapabais la boca con vuestra camiseta, pero no queríais saliros de la habitación para colaborar dándonos las toallitas o la crema y sobre todo acariciando su cara y diciéndole palabras tan cariñosas como: "cariño, no pasa nada, ya falta poco, te vas a quedar muy agusto". Gracias en nombre de ella a mis queridos seis nietos.


El ultimo día, cuando ya sabíamos que su corazón le estaba fallando, os trajo vuestra madre y tía Tere a darle un último beso, antes de irse al Cielo. Estabais todos, menos Ignacio y Álvaro por no residir aquí, y quiero comentar como al día siguiente me preguntasteis donde había dejado a la muchacha, y sencillamente os conteste con la verdad, que en el Cielo, incluso añadí: "¿os acordáis de las zapatillas que siempre llevaba?; pues hasta con ellas se la ha subido el Señor".

En estos primeros días de su ausencia todos la echamos de menos, pero como gracias a Dios os tenemos a vosotros nos hacéis sentirnos bien. Tú Ignacio definiste perféctamente con solo dos palabras el bien inmenso que nos regaláis sin pretenderlo, sois los "barrenderos de nuestras penas". Somos los abuelos mas privilegiados del mundo entero.