miércoles, 29 de diciembre de 2010

Los Reyes Magos


Estamos muy cerca del gran día de los Reyes Magos. Desde siempre ha sido una de mis fiestas preferidas, mejor dicho, mi fiesta preferida, y os voy a desvelar un secreto, actualmente, con los setenta años que tengo, sigue siéndolo.

Cuando era muy pequeña, quizás con unos cuatro años, como la abuela vivía en la "casa de la carretera" los Reyes entraban a mi pueblo pasando por la puerta de mi casa. Salíamos todos a verlos pasar y en una ocasión, para mi sorpresa, se fijó en mí el Rey Baltasar, me extendió los brazos, me levantaron y de repente estaba subida en su caballo y hablando con él. ¿Os imaginais la gran ilusión que me hizo?. Sabía todo acerca de mí, le prometí que me iba a portar mejor y lo besé con verdadero entusiasmo. En otras ocasiones, mi madre me levantaba a media noche para que viese el polvo que a su paso levantaban los caballos que iban al trote (entonces la carretera no estaba asfaltada), porque han de ir rápido para poder llegar a todos los hogares.

En otra ocasión, siendo ya mayor, estábamos en el comedor alrededor de la mesa de camilla y mi madre en esos momentos solamente tenía dos nietos, uno aproximadamente de cuatro años y su hermana de un añico, que estaba también allí. De repente empezaron a dar golpes en el balcón, que daba al "patio de los autos" (se llamaba así porque a través de él se accedía a las cocheras), nos quedamos atónitos, mi madre que era una mujer supervaliente se levantó de su asiento y tranquílamente abrió el balcón y ¿sabéis quien había?, nada más y nada menos que el Rey Baltasar. Estaba subido a una escalera y los pajes estaban en el patio con bengalas de todos los colores, entonces llamó al nieto mayor y le fue entregando todos los regalos. Todavía tengo en mi mente esas imágenes irrepetibles, esos momentos de gozo y como vuestra bisabuela Juana, junto con todos los demás, disfrutábamos y nos emocionábamos de verdad.
No os creáis que solamente en esa ocasión he podido ver a los Reyes, sino que en varias ocasiones más se hicieron visibles, igual que ahora lo hacen. La casa de vuestra bisabuela, os lo he comentado muchas veces, estaba siempre repleta de nietos, como hacéis vosotros con los abuelos. Siempre esa noche era mágica, estábamos todos espectantes y de repente sonaba el timbre tres veces seguidas, se veían las bengalas a través de los cristales esmerilados de la cancela y aparecían todos los regalos. Vuestros padres y sus primos son testigos de lo que os relato. También recuerdo como todos los años, por la chimenea en la que pasaban los tubos de la estufa de leña, caían cada año montones de picardías que siempre echaban los Pajes.

Me gustaría poder transmitiros aquella ilusión que en ocasiones se van perdiendo porque no somos capaces de cultivarlas con el amor que merecen, y que no importa la edad que se pueda tener para seguir vibrando ante pequeños o grandes acontecimientos con la misma intensidad, aunque de diferente forma; todo reside en que estemos convencidos de lo que hacemos y de las ganas que le pongamos en su realización. En estos momentos de vuestras vidas seguramente no me entendéis, pero cuando seáis mayores y leáis estas lineas de vuestra abuela entenderéis su significado. A veces buscamos la felicidad donde no está y posiblemente está muy cerca, en las pequeñas cosas. Cada vez tengo mas claro lo que me hace sentir mejor: cuando os veo la cara de felicidad jugando todos los primos, sin pelearos, el que os guste estar en casa de los abuelos, el haceros cosas que os agradan, el estar a vuestro lado recibiendo todo el cariño que nos transmitís, eso sencillamente nos hace sentirnos felices.

En estas fechas cercanas a la Festividad de Los Reyes Magos de Oriente, en la que si Dios quiere, como en años anteriores nos harán la correspondiente visita para traernos los regalos que en cada una de nuestras cartas les hemos pedido, ya ha empezado el "gusanillo" interior que nos mueve a la celebración de la Epifanía, y que nos ha de mantener ansiosos con todo el nerviosismo que trae consigo.

El primer paso que siempre lleva consigo este acontecimiento tan importante ya está listo, pues hemos preparado los dulces y el licor café preceptivos para que se "conviden" tanto Reyes como Pajes mientras hacen un descanso (las dos cosas les gustan mucho y algo hay que hacerles para agradecerles sus atenciones).

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Navidad



En esta ocasión, con motivo de las fechas que se aproximan, voy a relataros como eran las Navidades de vuestros abuelos, o más bien como nosotros las vivíamos.
Todo el mes de Diciembre estaba lleno de actividades. El día de la Purísima normalmente se hacía la matanza. Ya en una entrada anterior os relate en que consistía. A continuación, se elaboraban los duces de Navidad, pero en todo su proceso y teniendo en cuenta hasta el más mínimo detalle. Se comenzaba partiendo la almendra, seguidamente se escaldaba y pelaba, y dependiendo del dulce a que estuviese destinada, se tostaba o no, para finalmente tanto la cruda como la tostada molerla manualmente en una pequeña máquina, que posteriormente se "cribaba", o lo que es lo mismo, se pasaba a través del "garvillo" para que no pasase ningún trocito de mayor tamaño y así quedara totalmente molida. Este trabajoso proceso no era para un kilo, sino para muchos.

Una vez preparados todos los componentes era el turno de la manteca. En casi todos los dulces navideños de esta tierra, una parte importante de los ingredientes es la manteca de cerdo; para utilizarla se tenia que batir manualmente hasta quedar cremosa, partiendo para ello de una manteca helada y como consecuencia muy dura, y esto llevaba consigo un trabajo largo y costoso por el esfuerzo que había que hacer. A vuestra abuela, desde muy pequeña, le gustaba meter las manos en las distintas masas ayudando en lo que me dejaban, igual que os pasa a vosotros cuando hacéis los rollos.
La variedad de dulces que hacíamos era grandísima: mantecados de almendra, polvorones con y sin chocolate, pasteles de pasta flora, mazapán relleno de yema, empanadillas de hojaldre rellenas de cabello de ángel, rollos, suspiros, cordiales, pastel de almendra, toñas, picardías y cuando ya estaban todos elaborados, para finalizar hacíamos el alfajor.
Me hubiese gustado haber podido grabar como hacíamos el alfajor, dónde lo preparabamos, qué utensilios utilizabamos y cúal era su proceso completo. Mirad, lo primero que se hacía era amasar el pan de alfajor, se hacían unos rollos largos de masa y al horno. Cuando yo era pequeña, en la casa de la carretera donde vivía, de esa casa ya os hable, había un horno de leña y algunas cosas se cocían en el, pero la gran mayoría había que llevarlas en unas grandes bandejas de hojalata a un horno de hacer pan, que por cierto no estaba nada cerca, con lo que podemos añadir una dificultad mayor. Voy a seguir describiendo el proceso del alfajor: esos rollos de pan, una vez cocidos, se molían en una maquina grande, también se "garvillaba", y a continuación se preparaban el resto de ingredientes. En una gran caldera de cobre se echaba la miel; previamente se había pesado esa caldera con una romana (balanza), para que cuando se echara la miel conocer lo que había que desquitar por la "tara", es decir, el peso del recipiente. La caldera se colocaba en el fuego de la lumbre, sobre unas trévedes, es decir, sobre un soporte de hierro con tres patas, para que por debajo se pudiesen meter la leña. La miel comenzaba a hervir pronto y a "coger el punto", o lo que es lo mismo, estar seguros de cuando se le podía agregar el resto de ingredientes. Costaba mucho esfuerzo físico, porque cuando a esa miel se le iban añadiendo todos los productos con los que se hace la masa, la mezcla se iba endureciendo y con un utensilio de madera que llamábamos "remo" (esa era exactamente su forma), se iba mezclandolo todo e inmediatamente antes de que se enfriara toda esa masa, íbamos poniendola en las obleas, como ya habéis podido ver vosotros, pues a mucha menor escala y con todo tipo de comodidades, sabéis que todos los años lo hacemos en la casa de la abuela, y tengo que reconocer que el especialista es el tito Juan.

Mientras se realizaba todo este tipo de actividades culinarias, la tita Maravillas, que era mi hermana mayor y la segunda de mis diez hermanos, organizaba un Belén precioso con todo tipo de detalles, había ríos, fuentes, molinos, nieve en las montañas, arbustos, y algo que le daba un olor especial, el musgo que recogía en el nacimiento del agua en las Fuentes del Marqués; al recordarlo aun me parece estar oliéndolo. A mí me gustaba mucho como nos explicaba los distintos motivos que tienen que formar parte de un Belén: la aparición del Ángel a los pastores anunciándoles el nacimiento de Jesús, el palacio de Herodes, los soldados matando a los niños pequeños, los pastores con sus rebaños de ovejas, las granjas con los cerditos, gallinas etc., la Virgen y San José pidiendo posada, el Nacimiento, la huida a Egipto, el anciano Simeón, los Reyes Magos, e infinidad de detalles que sólo a ella se le podían ocurrir. Tenía un don especial para sorprender cada año, pues una característica suya es que siempre los hacía distintos. Era realmente una artista, con un gusto e imaginación extraordinaria, ya os hablare otro día de ella pues se lo merece y es de justicia.

Mi madre nos decía que todos los preparativos que se hacían antes de la Navidad era porque celebrábamos el gran acontecimiento de los cristianos, nada mas ni nada menos que el NACIMIENTO DEL NIÑO JESÚS. Estábamos deseando que llegase el día veinticuatro de diciembre o la Nochebuena, para cantar villancicos con mi padre tocando la guitarra, estar juntos alrededor de la estufa de leña, y a las doce irnos a la Misa del Gallo. Esa noche nadie salia con amigos, era noche de estar junto a la familia, de que mi madre sacase al Niño Jesús, el mismo que vosotros conocéis, y como ahora hacemos también adorarlo dándole un beso en los pies.