viernes, 27 de noviembre de 2015

Recuerdos de la abuela del cole


Hace unos días una amiga de toda la vida vino a estar un rato con los abuelos y me  dio la foto que preside esta entrada. Estuvimos un buen rato charlando y recordando aquellos años de nuestra infancia. Fue curioso, porque ambas tuvimos la sensación de que no habían pasado tantos años desde que se realizó la foto. No asustaros, ya sabéis la edad de vuestra abuela, por lo tanto han transcurrido como mínimo sesenta y siete años. También nos dimos cuenta que a pesar de que nuestras vidas han transcurrido por caminos muy diferentes, ella ha vivido en Granada y no hemos tenido ocasión de vernos con frecuencia, esa amistad de niñas estaba guardada en nuestro corazón y seguía estando viva.
Me parece hermoso que puedan permanecer esos sentimientos de cariño y que solamente guardes los buenos recuerdos.
Esta amiga se llama también Pilar. En la foto es la que aparece la segunda por la derecha. Ha tenido tres hijos, igual que yo, pero con una diferencia notable. El mayor es un poco deficiente y cuando me habló de él, me comentó textualmente: "mira, el Señor escribe derecho con renglones torcido, ¿sabes quien me cuida, me mima, me ayuda y está  en todo momento pendiente de mi?; mi José". Me contó un montón de anécdotas y lógicamente las dos nos emocionamos con su relato. Me comentaba que se había convertido en su ángel de la guarda.
También recordamos las monjas que nos habían iniciado en esos primeros años de nuestra niñez, las tareas que hacíamos, nuestros juegos, que para nosotras eran suficientes para pasarlo estupendamente;  saltar a la comba, con una o dos cuerdas, la rayuela, el escondite con un bote como protagonista. Os lo voy a explicar: la que se quedaba contando hasta cuarenta se colocaba al lado de un bote pequeño (como los de tomate de medio kilo), y cuando descubría el escondite de alguna, decíamos gritando: una, dos, tres y bote Pilar está escondida en tal sitio, y si la que se quedaba se despistaba un poco, entonces una de las compañeras repetía esas palabras pero añadiendo: por mi y por mis compañeras. Es semejante a lo que a vosotros os he visto jugar, pero sin bote.
Cada día yo hacía el mismo recorrido para ir al cole, me subía por la cuesta de la Simona, recogía a mi amiga María, juntas nos íbamos a la calle Canalejas, y allí se agregaban nuestra amiga Antonia y Pilar, la de la foto, y ya las cuatro nos dirigíamos a clase. Esto fue hasta los diez años que ya comencé a estudiar el bachiller.
Para vosotros quizás esta entrada no os diga mucho, pero a mí me ha servido para recordar momentos vividos que en mi memoria permanecen con satisfacción.

domingo, 1 de noviembre de 2015

La Muchacha y el pan


Hace un tiempo mi sobrino Juan Ignacio me dio una agradable sorpresa que me llenó de alegría; me trajo un CD con las imágenes en vídeo de la Muchacha haciendo dos panes. La calidad de la película no es buena porque está tomada con un "tomavistas" antiguo y pasada a soporte digital sin la perfección necesaria. Los abuelos nos pusimos a ver la película y nos hemos emocionado al recordar este pasaje que desconocíamos se había rodado con anterioridad. El rostro de la Muchacha casi no se ve, y menos la de mi hermana Maravillas. Mi sobrino me comentó que lo primero que ambas le dijeron fue que grabara como se elaboraba la masa de pan, pero sin que salieran sus caras en el encuadre de la cámara. Ya se le aprecian las manos retorcidas por la artrosis, pero en el ánimo de las dos estaba el que aprendiera Juan Ignacio a hacer pan. Siempre pensando en los demás y sin acordarse de sus limitaciones. Me parecen un muy buen ejemplo a seguir. 
Estas imágenes me han traído inevitablemente recuerdos de mi niñez. Cuando tenía vuestra edad, en casa de la abuela se amasaba el pan cada semana. Pero no dos panes, como aparecen en esta grabación, sino bastantes más. Se amasaba en un recipiente de madera un poco alargado y con una especie de base plana en ambos lados: "la artesa". Había en la casa de la Carretera, que ya conocéis de una entrada anterior, una habitación en la parte baja que se la denominaba con el nombre de amasador. En ella la tita Chon o la Muchacha amasaban siempre los panes. Estos se iban colocando sobre un tablero largo de madera que luego se cubría completamente con una "tendía". Esta palabra jamas la habíais oído; es una tela confeccionada con lana formada por bandas lineales de colores fuertes. Pues bien, sobre "la tabla del pan" se colocaban los panes, y como mínimo cabían unos doce. Con el mismo género se hacían separaciones para que no se tocaran los panes y se volvía a tapar con la "tendía". 
En aquella época no existían los hornos como los que ahora conocéis, en ocasiones se cocían en un horno de leña que había en una zona que le llamábamos "el patio", todo ello en la casa de la Carretera. Otras veces venía un panadero y encima de su cabeza se ponía un rulo de almohadilla y a continuación la tabla del pan sobre su cabeza. El horno al que se llevaba el pan era el de "la Pepita", que por cierto se encontraba en el otro lado del pueblo. Os cuento esto para que valoréis el gran esfuerzo que suponía hacer pan. Para cocer dichos panes en el horno había una gran pala, entonces con una habilidad extraordinaria se iba levantando uno a uno la "tendía" y se abocaba en la pala los panes, y de ahí al horno.
Esos hornos ni os podéis imaginad el trabajo que suponía el ponerlos a punto de temperatura; a ese proceso se denominaba "caldear" el horno.  Había que ser verdaderos expertos. La Muchacha también era una especialista en manejar el horno. Primero se encendía con leña y cuando esta se había hecho ascuas, con un palo largo que en su inicio llevaba unos trapos mojados, se "barría" el suelo del horno, es decir, se llevaban esas ascuas a los lados para entonces en ese centro ya barrido y caliente colocar los panes crudos para su cocción. No estoy muy segura de que os lo haya sabido explicar bien, pero es que es difícil de imaginar.
Si os fijáis en las imágenes que acompaña esta entrada, veréis que una vez formado el pan, y antes de introducirlo en el horno, se acostumbraba a marcar las orillas haciéndole cuatro cortes no muy profundos, y como una especie de rito se hacía un pinchazo en el centro.