martes, 9 de marzo de 2010

A mi nieto mayor en su cumpleaños


El pasado día seis fue el cumpleaños de mi Ignacio, el primogénito de los nietos. Ese mismo día, casualmente, me encontré con una tarjeta postal, que para nada buscaba, porque realmente no sabía de su existencia. Dicha tarjeta era la felicitación que le hacía mi madre, es decir, tu bisabuela Juana, a su primer nieto. Te la voy a transcribir textualmente a ti, pero me gustaría dedicársela a todos mis nietos. Dice así: Al cumplir tu primer año, te envío ese niño apagando la vela, para que tu la enciendas y lleves siempre esa luz tan clara que te regaló el Señor y nunca se apague en ti la luz de la Gracia y Alegría de vivir. Así lo desea el corazón viejo de tu abuelita, pero nuevo para quererte cada día más.


Quizás el mensaje que deseaba mi madre transmitir, seas todavía demasiado joven para entenderlo en su totalidad. pero he querido dejarlo escrito en este blog, para que a lo largo de vuestra vida podáis releerlo y comprender ese deseo de vuestra bisabuela que también, lo hago mio.


Ahora me apetece contarte, mejor dicho contaros, una historia que muchas veces os he narrado y que siempre me habéis pedido que os repitiera. Siempre os gusta más que os relate hechos reales que cuentos infantiles. Para que cuando tengáis nietos se lo podáis transmitir, os voy a recordar una historia de vuestro tatarabuelo Felipe.


Vivía en una pedanía muy pequeña, a principios del siglo veinte. Era agricultor y ganadero y poseía un rebaño de ovejas. Para pastorearlas tenía un " perro lobo". En una ocasión fueron un grupo de titiriteros ambulantes, parecido a un pequeño circo de los de ahora. Al enterarse que en ese lugar había un perro de esa raza quisieron, como una atracción más, que con un " lobo " que ellos llevaban, tuviera lugar una pelea entre ambos con apuestas. Había una gran espectación. Comenzó la pelea, y bravamente consiguió la victoria el perro de vuestro tatarabuelo, pero además, cuando lo tenía ya vencido, todos pensaban que le iba a hincar los colmillos, puesto que lo tenía vencido y tirado en el suelo. Pero la sorpresa fue, que no lo mató, sino que lo humilló, ¿recodáis cómo ?, ¡efectivamente! levantó su pata y se orinó encima. Al día siguiente los titiriteros se habían ido, y no se supo como pero el corral del ganado que tenía vuestro tatarabuelo amaneció destruido por un incendio. Esto, cariños mios, no es un cuento sino una historia que quizás ,como de todo, se puede sacar alguna moraleja. Por ejemplo, que nunca se debe menospreciar a nadie, porque ninguna persona es mas importante que otra aunque nos lo pueda parecer en un principio.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Abuela, este es el mejor regalo que he tenido.¡Gracias!.Un beso muy fuerte

Ignacio

Anónimo dijo...

Tu Madre,mi Abuela, se asoma a este blog para indicarnos un camino...el que ella misma siguió.
La recuerdo sentada en una mecedora,"silabeando" el Rosario, despacio, flojico, de ella "para Arriba"...dejando huella...
No hay mayor ni mejor legado: es lo que siempre digo, "la Fe se mama".
GRACIAS por pasar el testigo.
Besos.Q.