sábado, 18 de septiembre de 2010

La vuelta al Cole


Después de este gran paréntesis de vacaciones voy a intentar volver a comunicaros sentimientos que me gusta compartir con todos vosotros. Mirad, con motivo de vuestra vuelta al Cole que he podido vivir, a todos os he observado y me alegra mucho que lo hayáis hecho contentos y con ganas. Lo que os quiero relatar es de como era la vuelta al Cole de vuestra abuela. Nunca he reflexionado sobre ello y ahora voy a recordar y a contaros como lo vivía.

Mi primera etapa escolar y hasta parte del bachiller lo hice en un colegio religioso. Cuando iniciabas la escolarización, con unos cinco o seis años, ibas a la clase que se denominaba de párbulos. Recuerdo que había que bajar unas escaleras para acceder a ella y que era una clase muy grande; daba a un patio pero la recuerdo con poca luz. La monja que teníamos como profesora era mayor y le teníamos mucho respeto, cuando mi madre iba al cole esta misma monja, siendo entonces muy joven también le dio clase. La verdad es que era muy buena, pero tenia unas normas que a mi no me gustaban. Antes de seguir recordando os tengo que confesar un secreto, los primeros días lloraba y no me gustaba ir, lo pasaba francamente mal.

Todos los días formábamos una fila alrededor de la clase y teníamos que poner las manos estiradas para que ella viese si llevábamos las uñas limpias, así como las manos. Para formar esta fila o cuando salíamos al recreo, lo hacíamos ordenadamente y tmicamente con un sonido muy peculiar, dando pequeños golpes con una "chasca", que por cierto cuando ella murió se la regalaron a vuestra bisabuela Juana y la tengo yo guardada. Un día vamos a desfilar con ese sonido.


Si nos portábamos bien, el premio consistía en darnos con una cucharilla muy pequeña una chispa de azúcar que siempre tenia guardada en un bote pequeños de hojalata. Si nos portábamos mal, el castigo consistía en tenernos un rato encima de un ladrillo que se movía y que le llamaba el del demonio. Era una clase muy grande, aunque para mi triste, con muchos niños y niñas, y con esas pequeñas artimañas la monja profesora conseguía mantener el orden perféctamente.

A los diez años, en el plan de estudios de mil novecientos cincuenta, se hacia un curso que se llamaba ingreso a bachiller. Consistía pricipálmente en una prueba de ortografía realizando un dictado, y también unos ejercicios de aritmética. A partir de ahí inicie mi bachiller, consistía en hacer cuatro cursos y revalida, es decir, un examen general de esos cuatro años, y después dos cursos mas con su propia revalida. Bien, los cuatro primeros años los hice en ese colegio religioso, pero los exámenes finales de Junio íbamos a Murcia, al Instituto Saavedra Fajardo, y en un solo día nos examinaban de todas las materias. Era una verdadera aventura ese viaje, y os voy a contar por qué. Entonces había un tren que nos conectaba con la capital. Tardaba tres horas ( lo que ahora se hace en cuarenta minutos ), salia a las seis de la mañana y diréctamente nos íbamos de la estación al Instituto, medio mareadas, sin casi tomar nada, nerviosas, con el calor correspondiente que hace en esas fechas, un poco asustadas. En aquel tiempo, cuando yo cursaba el cuarto curso, mi padre estaba muy enfermo, de tal manera que el Señor se lo llevo al Cielo; imaginad que año tan duro pase. Bien, pues ya los dos siguientes años, así como el ingreso a la Universidad y la Carrera de Magisterio lo hice viviendo en Murcia y todo cambio para bien académicamente.

Os voy a contar una cosa que quizás ni vuestros padres sepan. En una ocasión mi madre me aconsejo que hiciese Magisterio y mi respuesta fue: "antes fregare escaleras que dar clase". Pero cariños mios, la vida a veces te da sorpresas, y dices cosas sin saber exactamente tus verdaderas preferencias, y este es el caso de vuestra abuela, que después como sabéis, no solo es que me he dedicado en cuerpo y alma a mi profesión de dar clases, sino que he sido feliz haciéndolo, y que el día que tome la decisión de prejubilarme lo hice con pena. Cuantas veces me he acordado de mi madre por aquel consejo que me dio, y que yo aun sin tenerlo claro acepte.

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